OPINIÓN

Poner las urnas

El cap de llista d'ERC a les eleccions al Parlament, Pere Aragonès, vota al seu col·legi electoral. Imatge del 14 de febrer de 2021. (Horitzontal)
Pere Aragonès, votando en las elecciones del febrero de 2021.
Marc Puig Perez / ACN
El cap de llista d'ERC a les eleccions al Parlament, Pere Aragonès, vota al seu col·legi electoral. Imatge del 14 de febrer de 2021. (Horitzontal)

El lector recordará sin necesidad de rebuscar mucho en su memoria aquellos intensos días de 2017, cuando los partidos independentistas catalanes decidieron que había llegado la hora de romperlo todo. En septiembre de aquel año aprobaron las conocidas como ‘leyes de desconexión’, ilegales, para ignorar la normativa constitucional española y convocar un referéndum ajeno a las reglas democráticas. La argumentación en la que se fundamentaban era que no puede haber nada malo en poner las urnas: posar les urnes. Insistían en que la decisión de proclamar una república en el territorio catalán debía adoptarla el pueblo de Cataluña mediante una votación. Por tanto, había que poner las urnas cómo, dónde y cuándo decidieran los partidos que convocaban aquel evento rupturista.

Han pasado cinco años, el independentismo disfruta de mayoría absoluta en el parlamento autonómico, aunque el partido más votado haya sido el de los socialistas catalanes. Aun así, la división interna en el mundo del separatismo ha llevado al Gobierno de la Generalitat a una situación extravagante, en la que el presidente Pere Aragonès solo dispone de 33 diputados en un parlamento de 135 escaños, y pretende seguir gobernando sin posar les urnes, porque ahora no le conviene. Según el interés político de cada momento, que los ciudadanos voten o dejen de votar es bueno o malo.

Ahora, en buena lógica democrática, Esquerra debería buscar el apoyo estable de, por ejemplo, el PSC y En Comú Podem

El mejor escenario posible es que las elecciones se convoquen cuando corresponde hacerlo: cada cuatro años (en otros países es cada cinco). Ese periodo es el que debe permitir a un presidente democrático plasmar su programa electoral en un programa de gobierno. Y ese es el tiempo adecuado para que los ciudadanos disfruten o sufran las consecuencias de lo que han votado. Porque los votantes deben asumir las consecuencias de su voto, en lo mejor y en lo peor. Es la responsabilidad que se adquiere por disfrutar de las libertades que se nos otorgan en los países democráticos.

La progresiva atomización del voto en una larga lista de partidos ha hecho que sea imposible conformar gobiernos de un solo partido, y eso provoca más inestabilidad. Así lo han decidido los electores libremente. La consecuencia es que las tensiones internas se multiplican y amplifican hasta, en ocasiones, provocar ruidosas rupturas como la protagonizada por Esquerra y Junts.

Ahora, en buena lógica democrática, Esquerra debería buscar el apoyo estable de, por ejemplo, el PSC y En Comú Podem. Pero lo que quiere Aragonès es disfrutar de esos votos sin ser acusado de traidor por sus conmilitones independentistas y, por supuesto, sin posar les urnes, no sea que las urnas cambien de opinión. De repente, ha dejado de ser necesario saber lo que piensan los votantes. 

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