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Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Discapacidad y salud mental, vasos comunicantes

Mujer sentada
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GTRES
Mujer sentada

La Fundación Carmen Pardo-Valcarce publicó hace algo más de diez años una guía sobre salud mental y discapacidad intelectual junto con la Comunidad de Madrid. Dicha guía comenzaba con una "carta de una madre a todos los padres", una madre de un hijo con discapacidad intelectual contando que, cuando parecía que habían superado el diagnóstico inicial y conseguido normalizar la situación familiar, su hijo adolescente y toda la familia se toparon con la enfermedad mental. "Empieza a haber profesionales que saben sobre salud mental en discapacidad intelectual (aunque pocos, todavía) pero queda mucho", concluía.  Una década larga es un suspiro o un mundo, según se mire, pero podríamos suscribir esas mismas palabras a día de hoy.

Se está dando una importancia creciente a la salud mental, menos mal. Y en ese foco en aumento es vital tener presente que, aunque una cosa es la discapacidad y otra diferente los problemas de salud mental, se trata de dos estancias comunicadas; hay puertas giratorias, pasillos que conectan la una con la otra, de ida y de vuelta. La salud mental incapacita; la discapacidad, la nuestra y la de los nuestros, afecta directamente a nuestra salud mental. Para 2030, la OMS calcula que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo. Igual que nadie está libre de encontrarse con la discapacidad en su vida, todos podemos tener un trastorno mental.

Abundan los estudios que revelan la mayor vulnerabilidad de las personas con discapacidad ante los problemas de salud mental. Además, cuando la persona afectada no es capaz de verbalizar lo que le pasa, de entenderse y entender, las herramientas con las que reconstruirse merman, se desmoronan, deben ser adaptadas con sabiduría. Cuando la discapacidad es intelectual, las posibilidades de ignorar el elefante en la habitación, de no tomar medidas o no las indicadas, crecen exponencialmente.

Cuando la discapacidad es intelectual, las posibilidades de ignorar el elefante en la habitación crecen exponencialmente

"Tener buena salud mental significa encontrar un equilibrio en todos los aspectos de la vida", explican en la misma guía, "es poder gozar la vida y a la vez de enfrentar los desafíos diarios. Es una sensación de bienestar y la creencia subyacente de la dignidad y valía de uno mismo y de los demás". Buscar ese equilibrio, ese goce y asertividad, ese querernos bien, debería ser nuestro norte, el músculo que ejercitar con mayor interés. Cuidarnos para poder cuidar es un viejo mantra para todos aquellos que tenemos a otros a nuestro cargo que cobra aquí especial significado. Y cuidarles a ellos, observarles, no achacar todo a su discapacidad, para que esa condición no eclipse otras.  

La fuerza de voluntad, el soporte familiar, la capacidad de respuesta económica, son mimbres que nos fortalecen, que nos rescatan. Pero no siempre podremos solos, no siempre seremos capaces de lograrlo sin ayuda, sin recursos, sin profesionales formados que nos sustenten. Formados en salud mental, formados en cómo la salud mental y la discapacidad van de la mano.

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