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Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Esos maestros especiales

Niños jugando.
Niños jugando.
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Niños jugando.

Mi hijo tiene dieciséis años. Cuando llega a casa no sirve de nada preguntarle qué tal le ha ido en clase, no me va a contestar.  Resulta fácil pensar que será por la adolescencia, esa etapa que todos vivimos y que nos enseña a ser independientes levantando muros de silencio con nuestros mayores. No es el caso. Mi hijo no habla porque no puede, apenas puede pronunciar algunas aproximaciones a palabras como agua o pan. Si sé cómo ha ido su día es porque viene y va contento a su colegio, uno de Educación Especial específico para personas con autismo. También gracias a sus profesores, que me escriben un correo electrónico a diario, contándome qué ha hecho y cómo le ha ido. Por eso sabemos que hoy ha comido bien, en su línea, y que ha estado colocando con ayuda botes de pintura en la ferretería El Sabio. 

Todos los que tenemos hijos dejamos en manos de los profesores, cuyo día celebramos hoy, aquello que mas amamos. Necesitamos docentes vocacionales, capaces, sensibles, flexibles, que no se acomoden y entiendan la importancia de su labor. Y esos maestros necesitan consideración, respeto y medios para hacer su trabajo. Todos sin excepción, pero me atrevería a decir que en mayor medida aquellos que trabajan con niños y adolescentes con necesidades educativas especiales. 

Niños y adolescentes con autismo, con parálisis cerebral, con retraso madurativo, con síndrome de Down, con X-frágil, con Rett, con esa enfermedad rara que ya podía haber tocado el Gordo de Navidad a su familia, que era mucho más fácil… Niños y adolescentes a los que hay que ayudar a ser lo mas autónomos y felices, a alcanzar su máximo potencial en un mundo que no se lo va a poner fácil porque en demasiados casos no piensa en ellos. 

Por suerte contamos con esos docentes que sí lo hacen; que elaboran sus propios materiales educativos, que pierden el sueño por idear cómo abordar determinado aprendizaje; maestros que tienen los pies en el suelo y los brazos llenos de pictogramas, rotuladores, tablets, cuadernos de comunicación y manos churretosas;  profesores que leen y se forman, que se involucran y escuchan las necesidades de alumnos y familias para darles respuesta. Profesionales con mucho trabajo que se llevan a casa y que tienen que ser aún más flexibles, capaces y sensibles para adaptarse a alumnos que son únicos, con retos diferentes.

Alumnos a los que enseñar a asearse, a regular su conducta, a comunicarse, a volar tan alto como sus alas les sostengan para encarar esa sociedad a la que tanto le cuesta aceptar la diferencia. 

Maestros que no se puede permitir los escrúpulos, la rigidez o la desmotivación; que desarrollan su labor en colegios especiales, específicos, ordinarios, en hospitales y en centros de atención temprana, incluso acudiendo a las casas de sus alumnos. Seres humanos falibles, imperfectos, igual que somos los padres, y que también se encuentran el  "no sé cómo lo haces" cuando cuentan a qué se dedican, en días complicados, ante problemas inesperados o incertidumbres políticas.

Por eso, un día más, otra vez este año, gracias por estar ahí, dando lo mejor que tenéis por nuestros hijos. Necesitamos vuestra fuerza.

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