Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Àngel Casas, patrimonio audiovisual

Sus programas con los años irán ganando valor documental sobre cómo éramos, qué ansiábamos ser y qué somos.
Àngel Casas
Àngel Casas
RTVE
Àngel Casas

La televisión no sólo quería parecer moderna, quería ser moderna. Aunque no siempre fuera comprendida. Romper con las reglas, es lo que tiene. En ese instante de desmontar los puritanismos en plena explosión de la llegada de la democracia, Àngel Casas se inició en la pantalla como experto musical. Comunicaba con una precisión que era muy fácil de entender. Suena contradictorio. No lo es. Incluso seducía a cámara, habilidoso para ironizar con el espectador mientras informaba en espacios como 'Musical Express' o 'PopGrama'. Eran los tiempos en donde TVE tenía más de diez programas musicales en la misma parrilla de programación. Cada uno con su estilo, cada uno con su género.

Entre vinilos, videoclips y corrosiones, Casas construyó un perfil profesional que le convirtió en creador de programas tres en uno: de música, de entrevista y de cabaret. Era como retransmitir las humeantes entrañas de una sala de fiestas de Barcelona. Con sus conciertos, con sus confidencias, con sus vidas alegres. Y ejerció con ingenio esta labor televisiva, pues llegaba el olor de club del Paralelo al salón de casa.

Primero en el Àngel Casas Show de TV3 y, más tarde, dando el salto a La 2 de TVE con Un día es un día, que se realizaba en directo desde el plató más grande de Cataluña donde, ahora, se graba 'Tu cara me suena'. Por allí pasaron estrellas como Richard Gere, Lauren Bacall, Alain Delon, Rock Hudson, Anthony Perkins. También fakes como Milli Vanilli, que reconocieron que en realidad no cantaban en una noche que compartieron con Martes y Trece.  

Àngel Casas lograba el espectáculo de la conversación en una televisión que cuidaba la narrativa. Porque sabía que la tele es narrativa. En guion, y en estética. Sus programas eran un juego narrativo y visual que hacían sentir al espectador que estaba asistiendo a una fiesta única. Con sus confidencias, con su glamour, con sus placeres culpables. Y, como en los cabarets de la época, la desnudez también fue protagonista con shows de striptis dramatizados que, a modo de colofón, cerraban el programa con una premisa creativa para hacer brotar las fantasías del público. Como un sainete, vamos. Vistos hoy algunos pueden parecer un espectáculo circense.

Una noche, Casas terminó el programa sentado en la grada de su decorado entre un público que se despojaba de toda la ropa. Los críticas incidían en el erotismo malentendido, aunque ahora esa transgresión ejemplifica los programas que van hacia alguna parte. Tienen claro el desarrollo narrativo y el desenlace. Así el espectador no se iba hasta el título de crédito final, ya que se mantenía la expectativa de que todo podía pasar. Como una buena obra de teatro, la televisión tenía sus apoteosis. 

Con esta mezcla, provocadora mezcla del periodismo y teatralidad que sostiene una historia bien contada, Casas consiguió retratar aquella evasiva libertad que se respiraba en las salas de fiesta desde el prime time y dotarla de una ensoñación telegénica particular. Los creadores catalanes fueron cruciales para ampliar miradas en los estándares de la televisión de entonces. Marcaban la diferencia. Después Àngel Casas regresó a La 2 centrándose más en la charla, en Tal cual, y, una década más tarde, fue nombrado director de la televisión municipal de Barcelona a través de un concurso público. Pero, sobre todo, se recordará su capacidad de realizar grandes entrevistas a personalidades de toda índole gracias a una astuta mordacidad que sacaba punta y permitía respuestas únicas. Sus programas con los años irán ganando valor documental sobre cómo éramos, qué ansiábamos ser y qué somos. Son patrimonio de nuestra cultura audiovisual.

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