Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

A la espera del traidor

La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas, en Roma.
La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas, en Roma.
ETTORE FERRARI / EFE
La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas, en Roma.

Lo que ha ocurrido en Italia con las elecciones es muy peligroso. Sería ridículo tratar de ocultarlo. Es la primera vez que la extrema derecha logra el poder –y por goleada– en uno de los países más importantes de la UE. Ahora van a formar un gobierno que se prepara para recortar derechos civiles, que piensa arrojar al mar a los migrantes, que está dispuesto a torpedear la idea misma de una Europa unida y que tiene complicidades muy claras con Putin, entre otras muchas cosas. Los italianos, hartos ya de políticas de equilibrios y componendas, han tirado por la calle del medio. Están en su derecho. Lo que han hecho nos pone en serio peligro a todos, pero están en su derecho.

Pero no nos pongamos nerviosos. Es Italia, ¿comprenden? Italia, en política, es un país completamente diferente a cualquier otro, casi desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El sistema electoral, incluso después de la última reforma constitucional de 2017, prácticamente impone gobiernos de coalición: es casi imposible que un solo partido gobierne en solitario. Es lo que acaba de pasar, una vez más. La extrema derecha de Meloni ha necesitado a la derecha no menos extrema de Salvini y al pérfido anciano Berlusconi para ganar. Siempre es así. La última mayoría absoluta de un solo partido que se vio en Italia fue en 1948.

Pero Italia, en los 77 años que han pasado desde que terminó la última guerra mundial, ha tenido casi 70 gobiernos. La inmensa mayoría no han logrado terminar su mandato. ¿Y esto por qué? Por dos razones. La primera es que, en Italia, las coaliciones de gobierno no necesariamente se hacen por afinidades ideológicas. Uno pacta con el mismísimo demonio para alcanzar el poder, que es lo que importa, y da lo mismo que tu socio sea de derechas, de izquierdas, populista, verde o independentista siciliano (llegó a haber un partido así). Todavía más que en España (mejor dicho: mucho más que en España), se trata de mandar. Da casi lo mismo con ayuda de quién.

El sistema electoral prácticamente impone gobiernos de coalición: es casi imposible que un partido gobierne en solitario

La segunda razón es consecuencia directa de la primera. En la política italiana, la traición es una tradición, no una canallada. Es el país que inventó la ópera, en cuyos argumentos el engaño es indispensable. Si se fijan, las dos palabras se parecen mucho, tanto en español como en italiano: Tradizione es tradición, y tradimento es traición. Los gobiernos italianos caen como moscas, uno tras otro, casi siempre porque uno de los socios de la coalición que sea cambia de pareja, abandona a los suyos, se alía con los de enfrente y ya está liada la crisis.

La novata Meloni, tan patriótica ella y tan gritona, se apoya en dos consumados judas, con larga experiencia en traicionar a sus compañeros: Salvini y Berlusconi. Lo han hecho ya muchas veces y también se lo han hecho a ellos. No hay ningún motivo serio para pensar que esta vez las cosas serán distintas. Todo dependerá de lo que otros les ofrezcan y de lo bien que conspiren, y ya han demostrado que en eso son los mejores del mundo.

Es cuestión de unos cuantos meses, un par de años todo lo más, Meloni caerá como han caído todos los anteriores: apuñalada por la espalda por los mismos que ahora la cubren de besos. Y la vida seguirá. Es cuestión de tiempo.

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