Juan Carlos Blanco Periodista y consultor de comunicación
OPINIÓN

Nos estamos abrazando al populismo por encima de nuestras posibilidades

La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas.
La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas.
ETTORE FERRARI / EFE
La líder del partido Hermanos de Italia (FdI), Giorgia Meloni, celebra el resultado de las elecciones generales italianas.

Estos días le toca a Georgia Meloni y sus fans de Hermanos de Italia. Hace un par de semanas fueron los Demócratas de Suecia comandados por ese ultraderechista con pinta de trabajar de comercial de una tienda de ópticas llamado Jimmie Akeson. Y desde hace un mes, es el turno de la nueva líder de los hermanos del Camino de Santiago y cierra España, Macarena Olona.

Los populistas de derechas copan las urnas y las pantallas de nuestras televisiones y de nuestros móviles en esta rentrée otoñal con sus líderes blanqueados, sus proclamas de orgullo nacionalista y sus alertas contra los supuestos ataques a nuestros modelos tradicionales de vida.

Este virus populista también tiene, por cierto, su cepa de izquierdas. En España, tenemos nuestra particular excepción ibérica, con la amalgama de populistas, independentistas y nacionalistas que flirtean con el PSOE a cambio de sus votos en el Congreso.

Este virus populista también tiene, por cierto, su cepa de izquierdas

Y en el resto de Europa asoman plataformas de indignados dispuestos a enfundarse sus chalecos amarillos para darle una patada donde más le duela a una democracia liberal que supuestamente no les da lo que les pertenece.

Por razones imposibles de explicar en un par de párrafos, nos encontramos con que, a derecha e izquierda, hay millones de europeos, hijos del mayor periodo de prosperidad y de bienestar que ha vivido el continente en sus últimos dos mil años, que apuestan por partidos, plataformas y movimientos que rechazan los consensos liberales y democráticos sobre los que han pivotado los Estados europeos los últimos sesenta años.

Partidos, plataformas y movimientos cuyo nexo de unión es la beligerancia de su discurso simplón, nostálgico de un tiempo imperial que ya no existe e incapaz de entender un mundo que requiere de respuestas complejas a los retos de la inteligencia artificial y el cambio climático.

¿Resultado? Nos estamos abrazando al populismo por encima de nuestras posibilidades y estamos despreciando o dejando de lado un legado de principios y valores democráticos nacidos de la Ilustración que nos va a costar recuperar. El populismo es una adicción de la que no resulta fácil salir. Y menos aún en tiempos de crisis como los que estamos soportando.

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