Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La crisis de Telecinco: cómo recuperar la audiencia perdida

La pandemia ha cambiado más de lo que parece la manera en la que nos relacionamos con la televisión.
Belén Esteban ayer en 'Sálvame' mira atentamente su móvil: el smartphone ha cambiado la manera en la que nos relacionamos con la TV.
Belén Esteban ayer en 'Sálvame' mira atentamente su móvil: el smartphone ha cambiado la manera en la que nos relacionamos con la TV.
Mediaset
Belén Esteban ayer en 'Sálvame' mira atentamente su móvil: el smartphone ha cambiado la manera en la que nos relacionamos con la TV.

Nueva temporada y nada huele a nuevo en la televisión nacional. Ni siquiera las novedades de aquellas cadenas que necesitan reinventarse para ganar adeptos. Las propuestas de Telecinco suenan a una década atrás: concursos cazatalentos, búsquedas del amor entre un casting de pretendientes, espacios con pruebas de paternidad... Como si nos hubiéramos quedado atascados en un bucle que intenta conectar con una audiencia que ya no existe.

Los anuncios de lo que viene en el nuevo curso no contagian como antaño esa ilusión por todo lo que está por venir. Ya no provocan en el público la excitación de aquellas galas de presentación de temporada que celebraban un venidero curso donde todo iba a ser posible, repleto de programas, series y estrellas con nombre propio que apetecían ser vistas. El espectador se sentía partícipe, tenía ganas de descubrir las propuestas.

Ahora todo es más intercambiable y suena a refrito lowcost de algo que ya consumimos. No es que haya una crisis de ideas, es que a las cadenas les cuesta apostar por los formatos que se salen de la fórmula que tienen contrastada y que sienten que manejan con soltura. Normal, canales como Telecinco creían conocer con claridad qué querían ser y da la sensación que han perdido repentinamente el compás de gustos del público. La pandemia ha cambiado más de lo que parece la manera en la que nos relacionamos con la televisión. Los programas de encierro han quedado desfasados, el espectador quiere liberarse de la claustrofobia del conflicto de la convivencia y evadirse con otras telerealidades a las que no se les vean tanto las costuras.

Sin embargo, los vicios de la feroz competencia televisiva impiden dar margen para que se asiente lo diferente. Esperar significa que parezcas un perdedor. Mientras tanto, las inconformistas nuevas generaciones encuentran el entretenimiento, la información y las dos cosas juntas en otros espacios. No sólo en las plataformas bajo demanda, también en otros soportes y aplicaciones. Aunque, que nadie se engañe, la televisión clásica continúa como el gran medio de masas. Ese punto de encuentro donde los anunciantes se aseguran un público masivo conectando a la vez con el mismo programa. Siempre existirá una gran audiencia ávida de vivir y comentar en comunidad grandes formatos que se emiten en riguroso directo. También por parte del público más joven.

Pero para empezar esta particular reconquista de públicos hay que saber leer los gustos de los espectadores desde un prisma actual y no desde un prejuicio desfasado. Ahí hay un salto generacional que la tele diaria retrata. Muchas veces se definen los contenidos televisivos pensando en una audiencia que ya hace tiempo que no existe. Y las generaciones de menos edad asocian TV a una especie de trileros de la última hora. 

Para ser más competitiva, la tele debe incidir en aquello que distingue a las cadenas tradicionales de los otros medios de comunicación, las redes sociales y las plataformas bajo demanda: la elaboración creativa. Si la estética del canal es pobre, no existen conceptos creativos que generen vínculos especiales con el espectador y sólo se asiste a un debate trepidante que podrías encontrar en Twitter, se derrumba el valor añadido de la experiencia televisiva. Más aún cuando el público está resabiado de las viejas trampas de retener su atención con los anzuelos de "exclusivas", "momentos históricos" y "la polémica nunca vista". Antena 3 está fuerte porque su oferta se asienta en la perseverancia de apostar por una diversidad de géneros con diferenciadas escenografías que, además, son luminosamente amplias y cuentan con contenidos que no dan rodeos. Así ha adelantado a Telecinco, que se ha quedado como paralizado. Quizá porque parecía difícil que le costara tanto liderar a un canal con la oferta en directo mejor posicionada, con El Programa de Ana Rosa y Sálvame marcados en la rutina diaria del espectador. Tal vez nadie se percató de que una pieza como Pasapalabra iba a ser tan decisiva, ya que desengrasaba la cadena del monotema predominante del canal y aupa al posterior informativo. La pérdida de este eje vertebrador ha evidenciado que Telecinco necesita otros géneros televisivos que rompan con la homogeneidad excluyente del grueso de su programación (o eres muy fan de las tramas internas o te quedas fuera), el problema es que da la sensación que se han olvidado cómo se hace la tele sin polígrafos, enfados, infidelidades y pruebas de paternidad.

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