Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Lorca

El poeta Federico García Lorca en una fotografía si fechar.
El poeta Federico García Lorca en una fotografía si fechar.
EFE
El poeta Federico García Lorca en una fotografía si fechar.

Un día como hoy de 1936, en una noche sin luna de Viznar, fue fusilado García Lorca, "cabeza asustada que mira fija un punto y se disuelve sobre una cabeza de alambre con un fondo de agua".

Tuve la ocasión de visitar recientemente La Alpujarra granadina en compañía de un buen amigo que me mostró la luna entera desde la montaña. A ras de brisa nocturna sobre el alcornocal, la luna picaba sobre el mar y perfilaba la silueta de una vieja casa en ruinas, donde aún brotaba la música de Falla y la voz aflamencada del poeta.

Cante jondo de quien no pudo ser gitano porque no se lo propuso, y que admiraba, en su ripio de payo con pretensiones, a La Argentinita, a la vez que despreciaba a Carmen Amaya. Del costado y del revés, al ritmo de las palmas con aroma de azafrán, Lorca fue un moderno del flamenco y de la vida. Solo en la muerte perdió la modernidad porque él no eligió morir en barranco desconocido, entre cabalgaduras de asesinos, "pasillo largo recorrido por la máquina con ventana de final".

En esa casa derrumbada, en el alto de la montaña, Lorca era máscara, pero máscara de arte. Y a través de la máscara, rompió el tabú de su soledad y de su sexualidad. Todos sus personajes son epítomes de soledad, desde Yerma hasta Mariana Pineda, y, a su manera, desahogaron su soledad con la soledad colectiva de tantas generaciones de espectadores que hemos participado del juego de espejos y de lunas de Lorca. Federico descubrió la raíz profunda del teatro, el don regalado de la palabra, y recorrió las letras como un barrio propio, su barrio genesíaco, y con su generosidad rampante, de hombre-títere, de hombre-máscara, nos entregó su obra, desde Granada hasta el Teatro Español. Y su Barraca, abandonada un día en el que el barranco de la negra muerte acabó con su vida de hombre-artista, pero perduró el mito eterno y radical de su presente continuo en sus obras.

Cuentan que cuando el presidente Eisenhower visitó España en 1959, informó a Franco de la publicación de un manifiesto de intelectuales norteamericanos, acusando al dictador de su implicación en la muerte del poeta. Franco no había viajado como Lorca a Nueva York en 1929, ni había leído a Whitman ni a Eliot. Por supuesto, no había sentido el vacío emocional de la civilización contemporánea. Por no sentir, no sentía siquiera el vacío de una España que se había desangrado en torrenteras y quebradas con descargas de metal a medianoche. Franco reconoció cobardemente que el fusilamiento había sido provocado por incontrolados. Pues bien, bajo esa luna granadina, hoy revive la imaginación, la inspiración y la evasión. Y nos regala su verso: "Gran plano de manos y traje de arlequín apretando con fuerza". Federico García Lorca.

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