Cuando dentro de unos años se escriba la historia de los Estados Unidos, nadie podrá creerse todo lo que se contará del expresidente Donald Trump, su etapa de cuatro años en la Casa Blanca y su comportamiento posterior. Son muchos y muy variados los relatos esperpénticos de su paso por el despacho Oval, donde se tomaban las decisiones más importantes para la humanidad y, particularmente, para la norteamericana, que sufre la vergüenza de haberle elegido.
Todavía no se han aclarado ni mucho menos sus implicaciones en el 'tejerado' que intentó reproducir ante el Capitolio apenas unas horas antes de ceder el poder a su sucesor, Joe Biden, al que sistemáticamente negó, y sigue negando, en las elecciones presidenciales. Ningún dato fiable confirma que haya habido pucherazo, pero él y su grupo de fanáticos lo continúa reivindicando.
Desde entonces raro es el día que no protagoniza algún escándalo en sus planes de presentarse a la reelección en 2024 para lo cual está recaudando muchos millones entre los que le respaldan. Muchos están convencidos de su demencia, que maneja con una fortuna personal extraordinaria, obtenida con negocios en muchos casos poco claros; más bien lo contrario. Muchos de sus manejos turbios, después de acceder de manera sorprendente a la Presidencia, se van descubriendo conforme pasan los días.
El último escándalo –conocido hasta ahora– fue el registro que en FBI ha hecho anteayer estos días en su fastuosa mansión del Logo en Florida, ante la sospecha delictiva de haberse llevado documentos secretos de la Administración que encabezó. Es increíble que un expresidente sea investigado y hasta registrada su residencia en busca del cuerpo de delito, penalizado como indefendible. Un delito muy grave que incluye documentos cuyo secretismo suele prolongarse muchos años.
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