Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Un debate ¿para qué?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha dicho este martes en el Congreso, durante el debate sobre el estado de la nación, que es "plenamente consciente de las dificultades cotidianas de la mayoría de la gente. Sé que el salario cada vez da para menos y sé lo que cuesta llegar a final de mes. Me hago cargo".
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha dicho este martes en el Congreso, durante el debate sobre el estado de la nación, que es "plenamente consciente de las dificultades cotidianas de la mayoría de la gente. Sé que el salario cada vez da para menos y sé lo que cuesta llegar a final de mes. Me hago cargo".

Hace casi treinta años, cuando se celebró el primer Debate del estado de la nación, ni el presidente del Gobierno Felipe González –que era quien lo convocaba– ni la prensa tenían nada claro que aquello fuese a servir para algo. Pero se equivocaban, al menos entonces: eran los tiempos en que los diputados lanzaban ideas en el Congreso y discutían sobre ellas. No existía, o era muchísimo menor que ahora, la política entendida como espectáculo, una de las esencias del populismo de hoy, que ha afectado a todos los partidos. Los diputados hablaban para los demás diputados. No voceaban ni gesticulaban únicamente para la televisión, que es lo que sucede ahora.

Siete años después del último, el Gobierno ha vuelto a convocar un Debate del estado de la nación. ¿Y para qué lo ha hecho? Ahora ya está claro. El discurso de Pedro Sánchez, seguramente su mejor pieza oratoria en el Congreso desde que se metió en esto, ha sido como un enérgico talonazo en el fondo de la piscina: ahora va para arriba. Catorce medidas grandes y pequeñas. Catorce ideas sobre las que debatir. Catorce propuestas. Pero sobre todo había algo nuevo: el tono. Sánchez se dejó en casa el triunfalismo de siempre, también el tono frailuno de tantas veces (sobre todo durante la pandemia) y dio una lección de claridad expositiva, de imaginación y de deberes hechos. Parecía un discurso 'de los de antes'. Pretende cambiar el ritmo de la carrera y, en lo que queda de legislatura, recuperar el mucho terreno perdido. Otra cosa será que lo consiga, pero esa es su intención. Oyéndole, era fácil pensar en el memorable discurso del "puedo prometer y prometo", que Fernando Onega escribió para Adolfo Suárez… en junio de 1977. Este bien podría ser el 'discurso del curandero' o bien el del 'a por todas'.

Sánchez se dejó en casa el triunfalismo de siempre y dio una lección de claridad expositiva y de deberes hechos

Pero Suárez dijo aquello por televisión. No en el Congreso de los Diputados, que ni siquiera se había constituido como tal. Y menos en este Congreso de ahora, que parece una gallera. Ha sido muy interesante ver las reacciones de los demás. En la izquierda estaban confusos. No podían ocultar que el discurso les había gustado, sí, pero porque "todas esas ideas son nuestras": no faltaba más.

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, dejó clara su posición antes del discurso: "Esperamos poco de Sánchez y lo poco que diga no nos lo vamos a creer". Sí señor. Así es como uno adquiere credibilidad y, sobre todo, así es como se ganan las elecciones, algo que ella sabe mejor que nadie.

Y la portavoz del PP, Concepción Gamarra, explicó a los periodistas que el discurso era un desastre por su "triunfalismo" y porque el presidente "exigía a los españoles sacrificios que él no hace". Los demás la miraban sin comprender: Sánchez no había hecho nada de eso. Gamarra estaba recitando la respuesta prevista para lo que ella creía que Sánchez iba a decir, no para lo que había dicho.

El resto entra dentro de lo previsible. Es evidente (desde hace mucho, pero ahora más) que el objetivo de muchos políticos no es mejorar la vida de los ciudadanos sino echar a Sánchez de ahí como sea. Es decir, el poder. Y el argumentario es el mismo de siempre. Primero, Sánchez miente y además pacta con Bildu. Si eso no basta, segundo: esas medidas no servirán para nada y/o llegan tarde, y además Sánchez pacta con Bildu. Si no, tercero: tenía que haberlas comunicado antes a la oposición y además pacta con Bildu. Y, como último recurso, cuarto y definitivo argumento: Sánchez pacta con Bildu.

Es evidente (desde hace mucho, pero ahora más) que el objetivo de muchos políticos no es mejorar la vida de los ciudadanos

No hay más. A nadie se le ocurre nada más. Nadie en la Cámara imaginó que Sánchez pudiese hacer un discurso como este, que parece sacado de los años políticamente dorados de la Transición. Y ese ha sido el error del presidente: convocar un Debate del estado de la nación para decir todo eso. Arriesgarse a que su iniciativa se convierta en una edición más, corregida y aumentada, del latazo insufrible que ponen cada miércoles por la mañana en televisión, la sesión de control al Gobierno. Un show televisado en el que nadie aporta casi nunca nada útil para la nación; tan solo van allí a tirarse de los pelos unos a otros y a tratar de ridiculizar al adversario delante de las cámaras. Eso no es política. Eso es circo. Mal circo, además, porque no lo ve nadie. Y dura cuatro horas. Pero esta vez son tres días.

No sé, quizá este Debate lo vea alguien además de los periodistas, que para eso estamos. Pero si Pedro Sánchez quería de verdad plantear ideas, propuestas, iniciativas que permitan a España capear el temporal (y lograr que él remonte en las encuestas, desde luego), ¿por qué lo hizo en el Congreso, que hace muchos años que dejó de servir para eso? Es como ponerse a tocar una partita de Bach para violín en medio de una discoteca. Nadie te escucha. No están allí para eso.

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