Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Cuéntame cómo pasó: el hogar de los Alcántara cuando los focos de la grabación se apagan

'Cuéntame cómo pasó'
'Cuéntame cómo pasó'
Cinemanía
'Cuéntame cómo pasó'

Los decorados de la ficción suelen durar lo mismo que tarda en caer el telón de una obra de teatro. Al terminar de grabar, los universos de las series se desmontan rápido del plató que ocupan para dejar paso a otras producciones. Sin demasiada piedad, sin demasiada nostalgia. Lo alquilado se devuelve, el resto va directo al container. Como mucho sobrevive aquello que se puede reciclar en otras vidas sin que se note demasiado que ya se usó. Lo demás, fuera. No hay tiempo que perder en la cadena de montaje que habitamos. Nada parece imprescindible.

¿Qué sucede cuando la serie está en el limbo de esperar su retorno? Es la situación actual de 'Cuéntame cómo pasó', la ficción española más longeva ha ido construyendo durante sus dos décadas de emisión un barrio prácticamente real entre las calles de los estudios donde se graba.

San Genaro, en realidad, está en un polígono de Pinto. Entre naves industriales se esconde el vecindario de la Familia Alcántara, que reproduce a esos edificios de ladrillo cara-vista que son espejo de la España de expectativas tan gigantes como vulnerables en la que hemos crecido. Bloques de viviendas que se sitúan en Madrid, pero que podrían estar en cualquier ciudad del país.

Cuando Cuéntame no se graba, la calle sigue. Intacta, aunque vacía. En el interior de los platós, los decorados principales esperan que RTVE dé luz verde a la grabación de una nueva etapa. Es como si el tiempo se hubiera congelado. La habitación de Herminia, el salón de Mercedes, la casa de Toni. Láminas de plástico transparente cubren las camas. Hay que proteger de polvo y otras poluciones al hogar que ha retratado tan bien a nuestra sociedad.

Ahora la televisión está cambiando, pero hasta en esa inseguridad de la televisión de hoy Cuéntame nos sigue demostrando cómo somos. Con nuestras grandezas y miserias. Con nuestra incertidumbre. Sus decorados cuidados simbolizan, minuciosamente, una manera de producción de ficción que quizá empiece a estar en peligro de extinción: aquellas series que contaban con la inversión suficiente para mantener equipos, decorados y creatividades mientras no se rueda nada, entre temporada y temporada, entre indecisión e indecisión. Las plataformas ya no graban así. Es otro modus operandi. Se paga lo que se ve. Y la pantalla sobre todo es el prolegómeno de preparación que no se ve.

Aunque Cuéntame no se grabe, y ni siquiera sepa cuándo y cómo regresará, ahí siguen las estanterías de recuerdos y fotos de la familia Alcántara en un plató apagado, vacío, a la espera de nuevas y decisivas tramas. Un plató custodiado, que cobija la casa más famosa de la historia de nuestra televisión. A sólo unos metros, cada día, por la autovía del sur pasan miles de coches sin percatarse de que ahí, al otro lado, está el barrio de todos. El barrio de la serie que nos ha emocionado porque nos ha mostrado de dónde venimos para entender mejor y quizá hasta desdramatizar mejor nuestras imperfectas realidades. 

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