La invasión de Ucrania amenaza con desatar una crisis alimentaria mundial sin precedentes

Cuatro mujeres bangladesíes procesan el arroz que acaban de recoger de los campos.
Cuatro mujeres bangladesíes procesan el arroz que acaban de recoger de los campos.
RAFAYAT HAQUE KHAN / EP
Cuatro mujeres bangladesíes procesan el arroz que acaban de recoger de los campos.

El fantasma de una nueva hambruna recorre el mundo. Nunca en los últimos 60 años fue tan caro llevarse algo de comer a la boca. Los precios internacionales de los alimentos están en máximos desde que se elaboran estadísticas. Según datos recopilados por Naciones Unidas, desde que estalló la guerra en Ucrania, la comida se ha encarecido un 17%. Cereales como el trigo o el maíz son ahora un 20,5% más caros y los aceites vegetales han subido un 28%. 

El problema es que llueve sobre mojado. Estas subidas de precios, que en cualquier etapa de la historia reciente hubieran supuesto un shock brutal, llegan en un momento en el que la comida ya era más cara que casi nunca en las últimas décadas. Ahora, la compra de alimentos es más costosa que tras la crisis del petróleo de los años 70 o la gran recesión, los dos últimos grandes shocks alimentarios globales de la historia de la humanidad. 

Las restricciones en las exportaciones mundiales por el coronavirus, la crisis energética y los cuellos de botella en las cadenas de suministro llevaron los precios a niveles prohibitivos ya el año pasado. La invasión de Ucrania ha venido a dar la puntilla a una situación que ya de por sí era grave. Si el conflicto en Ucrania no se resuelve pronto, advierten varias organizaciones humanitarias, el mundo se dirige inevitablemente a una situación de "hambre catastrófica".

Desde Naciones Unidas mencionan un "anillo de fuego" que recorre el mundo, desde América central y Haití, a través del Sahel, la República Centroafricana, Sudán del Sur y el este del cuerno de África, Siria, Yemen hasta Afganistán, que sufrirá graves consecuencias. "El efecto dominó creado por las balas y las bombas que caen en Ucrania se sentirá en todas partes", advierte la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura, la FAO.

La guerra ha bloqueado casi por completo el tráfico en el Mar Negro, la ruta de salida de prácticamente el 100% de las exportaciones de grano procedentes de Ucrania. La cuestión no es baladí. Entre Ucrania y Rusia suman el 30% de las exportaciones mundiales de trigo y cebada, el 20% de las de maíz y el 75% de las de aceite de girasol. Sin esas calorías en el mercado, millones de personas pasarán hambre. Y otras tantas que ya la sufrían, empeorarán su situación.

"Para hacernos una idea de la dimensión del problema, el trigo es el alimento principal para más de un tercio de la población mundial. La Federación rusa es el primer exportador del mundo y Ucrania es uno de los principales países que suministran cereales a más de 80 países", explica a 20minutos Amparo Novo, directora de la Cátedra de Estudios de Gobernanza Global Alimentaria de la Universidad de Oviedo.

"Estamos en una crisis sin precedentes. El precio de los alimentos es el problema número uno ahora mismo. Pero para 2023 el problema será de disponibilidad", alertaba recientemente David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en inglés). Beasley exigió que se desbloquee cuanto antes el Mar Negro, algo que el primer ministro italiano, Mario Draghi, le pidió el jueves al propio Putin. "La crisis alimentaria que se avecina, y que ya está presente en algunos países africanos, tendrá proporciones gigantescas y terribles consecuencias humanitarias", expresó Draghi.

Mucho más allá de Ucrania

Antes de la guerra, la ONU ya mencionaba en sus informes que hay al menos 193 millones de personas en el mundo con un acceso a los alimentos tan limitado que su existencia y formas de vida está en riesgo inmediato. Una cifra que se ha duplicado en tan solo cinco años. "El informe no tomaba en cuenta la guerra. Ahora estamos hablando de una situación cero. Antes del impacto que estamos viendo, ya hablábamos de una situación que estaba muy mal", explica a este diario Mario Zappacosta, economista sénior y líder del equipo de Sistema mundial de información y alerta sobre la alimentación y la agricultura (SIMA) en la FAO. "Ojalá que nuestras previsiones sean equivocadas. Estaría muy contento de equivocarme", añade.

Las causas del problema son una mezcla de viejos conocidos como las guerras en Siria, Yemen, Sudán del Sur o África Central, el cambio climático o economías frágiles como las de Zimbabue, Líbano o Afganistán. A ellas hay que sumar el desplome de la actividad económica tras la pandemia y, ahora, todas las consecuencias de la guerra. "Los países que están ya teniendo un impacto más fuerte son el norte de África y Oriente Próximo. Las preocupaciones principales son Yemen y Líbano, que ya tenían problemas gravísimos. Una guerra terrible en el primer caso y una economía desastrosa en el segundo", explica Zappacosta.

Un hombre y su hijo colectan agua del río Dollow, casi seco por la falta de lluvias, en Somalia.
Un hombre y su hijo colectan agua del río Dollow, casi seco por la falta de lluvias, en Somalia.
UNICEF/SEBASTIAN

La FAO ya ha activado una alerta especial por la delicada situación en el oeste de África y el Sahel, donde más de 27 millones de personas (más o menos los habitantes que suman Madrid, Cataluña, Andalucía y Comunidad Valenciana) ya están en situación de inseguridad alimentaria severa. Si nada lo remedia, esta cifra aumentará en 10 millones más cuando llegue agosto.

Las restricciones a las exportaciones de comida que han adoptado decenas de países para tratar de garantizar su abastecimiento tampoco ayudan. Según datos recopilados por el International Food Policy Research Institute (Ifpri por su siglas en inglés), actualmente hay 27 países que restringen sus exportaciones de alimentos. Unas limitaciones que afectan al 17,2% de las calorías que se comercian en el mundo. Como comparación, durante la última gran crisis alimentaria ocurrida entre 2007 y 2008 y que fue la causa (entre otras razones) de las revueltas de la Primavera Árabe, las restricciones afectaron al 18,7% de las calorías.

Más allá de la escasez de alimentos, otra de las consecuencias de la guerra que más preocupa es la falta de fertilizantes, que son cruciales para la agricultura e, indirectamente, para la ganadería. "Este problema será transversal, porque todos los países utilizan fertilizantes para producir. Se puede imaginar un escenario donde algunos agricultores pueden decidir sembrar menos o sembrar y no fertilizar o utilizar menos fertilizante. Entonces, los cultivos tendrán rendimientos más bajos que se reflejarán en producciones más bajas a finales de año. Hablamos de cultivos que quizá se están sembrando ahora. Si los insumos [materias primas] siguen altos tendremos bajas producciones a finales de año. Puede ser un problema fuerte", explica Zappacosta.

Revueltas y guerras que engendran otras guerras

"Una guerra en Europa se puede traducir, a través de los precios de la comida, en guerras en África en los países más pobres", reflexiona Zappacosta. Y es que cuando el fantasma del hambre acecha, la paz social se deteriora muy rápido.

"El recuerdo de la Primavera Árabe está muy vivo. En los países del norte de África el pan es casi gratis porque los Gobiernos lo subsidian. Cuando tienen que comprar trigo o harina que están baratos pueden afrontar el gasto. Pero cuando se hacen más caros llega un punto en que tienes que decidir si seguir gastando dinero en pan y ahorrando en otras partidas o dejar subir los precios", apunta el experto de la FAO.

Panaderos yemeníes atienden sus pedidos. Yemen es uno de los países del mundo más en riesgo de escasez alimentaria.
Panaderos yemeníes atienden sus pedidos. Yemen es uno de los países del mundo más en riesgo de escasez alimentaria.
HANI AL-ANSI / DPA / EP

"En Europa el precio de la pasta o el pan se puede disparar un 50%, habrá más pobres, gente que necesitará ayuda, pero hay una red de asistencia social que pueda ayudar. En países más pobres habrá una parte de la población que estará empujada a una situación de inseguridad alimentaria aguda y cuanto más débil o pobre sea el país...", añade Zappacosta.

El margen de maniobra que tienen las ONG o las agencias de la ONU para intervenir en los países más pobres es cada vez más limitado. La crisis económica pandémica ha dejado las finanzas de los Gobiernos muy maltrechas y la inflación está golpeando con fuerza los bolsillos de los países ricos. Las donaciones se resienten. Y, sin ellas, la ayuda no llega.

Por ello, la FAO lanza una dura advertencia: "Sin los urgentes recursos necesitados para lidiar con estos niveles de hambre sin precedentes, el mundo pagará un precio mayor en términos de ayudar a desplazados, reconstruir sociedades y recuperarse de lo perdido". En los silos de grano ucranianos y en los puertos bloqueados del Mar Negro se decidirá el destino de millones de personas.

 

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