Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

De gatos y pájaros

Imagen de archivo de un gato callejero.
Imagen de archivo de un gato callejero.
kreaWERFT / PIXABAY
Imagen de archivo de un gato callejero.

Pequeños y adorables cazadores; reyes de las redes sociales. Pelo suave y ojos brillantes que acechan y devoran. Cuando están en libertad los gatos atrapan y comen pájaros, lagartos y pequeños roedores sin reparar si son especies protegidas. Eso cuando comen. Los gatos, cuando están en libertad, pasan hambre. Viven poco y mal. Enferman, sufren accidentes y gamberradas. Son a su pesar como las estrellas de rock; viven y mueren demasiado rápido. Y no dejan cadáveres hermosos, quedan restos legañosos, consumidos, con cicatrices de una vida breve y dura. 

Aquellos que trabajan por la protección de los animales domésticos no los quieren en libertad. Ni en el campo ni en la ciudad. Ven a diario las consecuencias de esa hermosa palabra, desprovista de toda belleza para estos animales. Las ven cuando cuidan colonias felinas, capturando y esterilizando para controlar la población; cuando buscan hogar a una cosecha interminable de cachorros; cuando curan a los enfermos y accidentados y lloran a los que se van. Desean que llegue el año que no haya gatos en las calles o en los campos; el año en que no haya abandonos escudados en la vieja y falsa creencia de que los gatos saben apañárselas en la calle o gatos dejados de todo amparo en entornos rurales. Desean que todos los gatos vivan felices en hogares dónde entiendan que la noche es oscura y alberga horrores.   

Aquellos que trabajan por la protección de los animales salvajes, que se dejan la piel por la biodiversidad que enriquece nuestro mundo, poblándolo de maravillas vivas en alarmante descenso, tampoco quieren gatos en libertad. Ellos también sueñan con el día en que no haya gatos en las calles y en los campos, hábiles depredadores que no discriminan sus presas y se reproducen con una temible velocidad. 

La culpa de que haya gatos en nuestras calles y campos, muriendo y matando, es nuestra. Es el ser humano el que abandona, el que no esteriliza, el que sigue viendo como algo normal que nuestros pueblos estén plagados de un número indeterminado de pequeños felinos huidizos que paren en la leñera y sobreviven como pueden. Es por tanto nuestra responsabilidad también encontrar la solución a un problema viejo y de actualidad que tiene enfrentados a los que aspiran a proteger a los gatos y a los que defienden la fauna salvaje.

Enfrentados cuando comparten el mismo objetivo, reducir al mínimo los gatos sin un dueño que los cuide. Parecieran estar destinados a entenderse, pero no. Llevo años presenciando la confrontación, que estos días aviva el anteproyecto de ley de bienestar animal por su defensa de un control ético de las colonias felinas. La desunión nace de una palabra y un concepto. La palabra es exterminio y el concepto es el tiempo.

Ni los defensores de los gatos ni una sociedad acostumbrada a verlos como miembros de la familia van a aceptar que la solución rápida y fácil vaya a ser la mejor

Exterminar a los gatos que rondan especies endémicas a salvaguardar es la única solución rápida y eficaz para muchos de los que integran uno de los bandos. Mientras esa sea la exigencia, nunca habrá entendimiento. Ni los defensores de los animales domésticos ni una sociedad acostumbrada a valorar al gato como un miembro de la familia van a aceptar que la solución rápida y fácil vaya a ser la mejor.  

Probablemente tengan razón. Los problemas graves, complejos, no tienen soluciones sencillas. Promover el exterminio de gatos de una zona en la que haya especies en peligro de extinción, además de la mala prensa y las pertinentes discusiones éticas, solo será un parche temporal mientras no haya un profundo cambio de mentalidad en la sociedad. 

Educación, esa es la respuesta. Hacer entender a una sociedad que ve normal que los gatos campen a sus anchas por doquier, que se trata de una aberración a corregir. No hace tanto parecía también normal que uno o varios canes sin dueño vagaran a su aire. Los perros son más visibles, dan más miedo sus mordiscos o la transmisión de enfermedades, y ya es raro que pase y se normalice en España. Debemos aspirar a lo mismo con los gatos.

Ojalá ver a los defensores de unas y otras vidas colaborar en ese cometido, empujar juntos a la hora de informar y transformar a la sociedad. Y entretanto, porque es verdad que hay situaciones que no admiten demoras, presenciar la colaboración de ambos junto con las administraciones públicas en la captura, reubicación y control poblacional de los gatos existentes en aquellos lugares más conflictivos por su riqueza en especies protegidas.

Supone librar al tiempo una larga guerra, la única que supondría un verdadero cambio de realidad, y otras muchas pequeñas batallas a corto plazo en las que comprender que lo mejor es enemigo de lo bueno. Supone compromiso y aferrarse a los objetivos compartidos.

Llamadme idealista, ingenua si queréis, sé bien que lo soy, pero dejadme soñar con que personas que en el fondo comparten el difícil reto de construir un mundo mejor y sensibilidad hacia otros seres vivos sean capaces de entenderse.

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