Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Barcelona en todos los libros

Sant Jordi
Sant Jordi.
LA GULATECA
Sant Jordi

Libros y rosas en Sant Jordi. A mi lado, Anna Grau, Rosa Díez y yo compartíamos carpa en Rambla de Cataluña en Barcelona mientras el cielo se descascaraba a golpe de granizo. Barcelona es una ciudad única, una especie de anfiteatro entre Malgrat y Garraf, que suenan como dioses wagnerianos, que no en vano, es villa con un Liceo. Mientras esperábamos que escampase, repasé Barcelona, todas las Barcelonas, en todos los libros de mis recuerdos. Con Mendoza descubrí las clemencias e inclemencias del clima en La ciudad de los prodigios en esos cielos que suelen ser claros y luminosos; las nubes, pocas, y aun blancas; y la presión atmosférica estable; la lluvia, escasa, pero traicionera a veces como ahora. Y con Laforet siempre recuerdo, como en Nada, mis sentimientos el primer día que viajé solo a la ciudad, como su protagonista que también tuvo una primera vez en Barcelona pero no se asustó; por el contrario, le pareció una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. Todas las libertades.

Después he buscado, cada año de regreso a la ciudad, a la Teresa de Marsé en San Gervasio. Incluso creí reconocerla en este último viaje en una esquina, flor en mano, sonrisa blanca en tez mediterránea, buscando un comprador a cinco euros, mientras un Pijoaparte del Carmelo se había vestido ya con un flamante traje de verano color canela con la intención de seducirla a la grupa de una motocicleta robada en Montjuic. Quizá al charnego le de tiempo de remontar la brea hasta Gracia, y penetrar en la Plaza del Diamante donde la Colometa de Rododera baila el ramo con un mozo que la convertirá en menos de un año en su señora y su reina.

Incluso creí reconocerla en este último viaje en una esquina, flor en mano, sonrisa blanca en tez mediterránea

En medio de la lluvia, con los libros a resguardo, y tras la cena del día anterior en el Círculo Ecuestre, pensé en Pla, Un señor de Barcelona, y sus tertulias crepusculares donde los asistentes parecían un poco fatigados. Tenían aquel punto de fatiga que se tiene en Barcelona a las nueve de la noche. Como ahora. Y como ahora y siempre, no hay noche que no busque a Biscuter de Montalbán en la Boquería, a la vez que dejo que Ruiz Zafón me guíe al amanecer, como una sombra en el viento. Y vea así las calles languideciendo entre neblinas y las farolas de las Ramblas dibujando una avenida de vapor, parpadeando al tiempo que la ciudad se despereza y se desprende de su disfraz de acuarela.

Cuando acabé de firmar, azares de la memoria, me puse a pensar en Moix y en su padre, al que Terenci/Ramonet acompañaba en sus encuentros con prostitutas del Barrio Chino. Y añoré mis tardes de El Molino en el Paralelo. Al fin y al cabo, Barcelona es una novela, la novela de nuestras vidas.

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