La guerra hay que contarla: así trabajan los corresponsales en zonas de guerra

Óscar Mijallo, con su equipo, durante una entrevista en Ucrania.
Óscar Mijallo, con su equipo, durante una entrevista en Ucrania.
MIGUEL ÁNGEL DE LA FUENTE
Óscar Mijallo, con su equipo, durante una entrevista en Ucrania.

"La guerra, como el amor, para que termine tiene que verse de cerca", dijo Napoleón Bonaparte, que con seguridad entendía de guerras (quién sabe si de amor). Pero es difícil ver una guerra. Es difícil entender un conflicto. Y sobre todo, en un mundo de vídeos e informaciones manipuladas, es difícil saber qué está pasando realmente. Es ahí donde entran cabalgando y quizá para luchar contra gigantes, los corresponsales y enviados especiales a zonas de conflicto.

El ataque de Rusia a Ucrania ha despertado muchas conciencias y ha puesto de nuevo en valor el trabajo de los periodistas que cada día se juegan la vida para ser testigos y notarios de las atrocidades que se cometen bajo la peor de las facetas humanas. 20minutos ha hablado con varios profesionales de las coberturas más difíciles para saber cómo es su trabajo y su día a día y cómo les afecta personalmente informar desde la guerra, las penurias, el peligro, los muertos, las carnicerías, las injusticias o el sufrimiento es algo que palpan a diario… conjugar el lado humano y el profesional no siempre es fácil.

En primer lugar cabe preguntarse qué hace un corresponsal de guerra o un enviado especial. El profesor y periodista Gustavo Morales, director del Club de Periodismo del CEU y veterano corresponsal en algunos de los peores conflictos de Oriente Medio, nos da una respuesta, como buen maestro, con tintes académicos: "la labor principal es acercarse a las autoridades civiles y militares para recabar información y elaborar reportajes y luego estarían las las crónicas, que quizá lo más importante, que surgen de acercarse a lo que es propiamente el conflicto. El corresponsal recaba información recoge el testimonio de los protagonistas anónimos que están allí y después lo expone ante los lectores". Y resume: "En realidad es ser un testigo".

Oscar Mijallo, corresponsal de TVE con 20 años de experiencia cubriendo conflictos, amplía el concepto. Los conflictos "tienen una dimensión militar que hay que contar", pero que al corresponsal puede escapársele pues una persona en un punto del terreno difícilmente puede atestiguar los movimientos de tropas. Por contra, sí tiene que "contar cómo la guerra afecta a las poblaciones", al padecimiento de los civiles. "Y sobre todo, monitorizar y poner en cuestión las informaciones que llegan desde los bandos en conflicto".

La labor de los y las corresponsales es ahora más fácil en lo técnico, pues basta con portar una mochila llena de tarjetas de móvil para hacer una conexión en directo casi desde cualquier lugar del planeta. Antaño los corresponsales debían ir a los puntos de directo, habitaciones de hotel u oficinas, jugándose la vida en el camino.

De izda a dcha y de arriba a abajo, Sandra Cavia, Sol Macaluso, Óscar Mijallo, Gustavo Morales, Marcos Méndez y Susana Román.
De izda a dcha y de arriba a abajo, Sandra Cavia, Sol Macaluso, Óscar Mijallo, Gustavo Morales, Marcos Méndez y Susana Román.
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Aún antes, el corresponsal hacía fotos, sacaba el carrete de la cámara y en muchas ocasiones debía llevarlo a la embajada de España en el país que fuera, para que se enviara por valija diplomática a Madrid, donde lo recogía y revelaba alguien de la redacción. Los tiempos eran otros.

Los textos "se enviaban como se podía", rememora Gustavo Morales. "Recurríamos a una cosa llamada Télex, que por supuesto nadie de los más jóvenes sabrá lo que es". Era una maquinita que manejaba un operador que al que le dictabas y que iba escribiendo y lo enviaba a la redacción. Pero claro, el operador podía ser un soldado de infantería, por ser el único Télex cercano disponible, como le ocurría a Morales la guerra de Irán-Irak (1980-1988). "Si tú decías determinadas cosas y él las entendía, que la mayor parte de las veces no era así, podía no escribirlas o podía levantarse y llamar al oficial, que te agarraba y en el mejor de los casos, que expulsaba de la sala". Aunque había trucos. "A Sadam Hussein le llamábamos en clave Manolo", revela Morales.

Hoy en día también hay un gran enemigo: Las redes sociales y la desinformación. "Cualquier día en las redes sociales vemos decenas de vídeos de supuestos ataques a tanques, de supuestos ataques a población, etcétera, que teóricamente provienen de Ucrania, pero que nadie ha verificado", pone de manifiesto Marcos Méndez, experimentado corresponsal que podemos ver cada día en programas e informativos de Mediaset.

Además, "en esta guerra están los especialistas en desinformación, que es Rusia. Lo hemos sufrido en las elecciones en España, en Reino Unido, en Brasil, en Estados Unidos... Imagínate en una guerra en la que están directamente involucrados", hace ver. "Por eso es más importante que nunca nuestra labor estar aquí, para ver lo que pasa, oír lo que pasa".

Pero, ¿qué pasa si no llegan a informar? Tan solo durante la guerra de Ucrania han muerto al menos nueve periodistas. El informe anual de Reporteros Sin Fronteras (RSF) revelaba que en 2021 murieron asesinados 46 periodistas, al menos 20 de ellos en zonas de conflicto. Otros muchos en México, aunque eso es otra historia. Y 2021 fue un ‘buen año’ el de menos muertes desde 2003.

Estos días se convirtieron en virales los vídeos de varios corresponsales, incluido Mijallo, a los que las sirenas antiaéreas pillaban en pleno directo, viéndose obligados a ponerse chaleco y casco ante un posible bombardeo. También le pasó a Sol Macaluso, reportera que ha pasado semanas en Ucrania informando para Mediaset. Ella tiene claro que la frontera entre jugarse el tipo e informar es difusa y muy personal. "Como dijo mi productor, no hay que ir corriendo tras la muerte ni tras los riesgos, porque cuando estás en guerra llegan solos y pueden hacerlo cuando menos te lo esperes en donde menos que los quieras".

Susana Román lleva once años como redactora de la sección de Internacional de Antena 3 Noticias y ha estado tres veces en la guerra de Libia, además de hacer varios viajes a la Primavera Árabe en Egipto; atentados yihadistas en Túnez y Turquía… Ella sabe que a pesar de las precauciones siempre se puede tener "esa chispa de mala suerte en la que tú crees que es una cobertura segura y que pase algo". "Lo único que puedes hacer como periodista es tomar todas las precauciones posibles y con el equipo adecuado".

Ese equipo adecuado no es solo el chaleco antibalas o antifragmentos y el casco, sino que además hace falta un buen fixer, algo así como un conseguidor. Es una persona local, con conocimiento de idiomas y que además conoce el terreno, tiene contactos e información que le permite saber dónde es demasiado peligroso ir.

La pega es que en un mundo de freelance muchas veces no hay dinero para pagar un buen equipo y eso "puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte". El dinero para un corresponsal, que suelen llevarlo encima, escondido, es fundamental. Y peligroso, pues llevan grandes cantidades, porque "hay muchos sitios donde es mejor no dejarlo en la habitación del hotel, porque con cuando tú salgas va a ser registrada arriba abajo por los del hotel, por el Servicio de Información del país, por bandidos...".

Todos han pasado por situaciones críticas. "En ocasiones hemos escuchado disparos y hemos tenido que escondernos porque pasaba algo y ¿hemos estado en algún momento en el punto de mira de un francotirador? Pues sí", dice resignada Susana Román.

Las familias de los y las corresponsales lo llevan mal, claro. Los hay que procuraban disfrazar la realidad, como Gustavo Morales. "Me hacía fotos en una piscina sentado en un flotador hecho con la rueda de un camión y con una botella de whisky flotando al lado y eso le enviaba a mi familia, para tranquilizarles", cuenta Morales. Y hay quienes llaman a casa a menudo, como Sandra Cavia, reportera de Antena 3, desplazada a la frontera entre Polonia y Ucrania. "Mi familia aprovechaba para decirme, ‘oye, cuéntanos dónde hace falta ayuda y entonces te mandamos a el dinero y tú compras y se los llevas allí’".

Y es que según destaca Cavia, las guerras no se cubren solo en el frente. Ella ha pasado semanas viendo a mujeres y niños huir de la muerte. Ella ejemplifica que la jornada de una enviada especial es maratoniana.

"Empezamos con el informativo matinal, a las 8 de la mañana, estamos ya prevenidos para el primer directo de la mañana, el equipo desde Madrid nos comenta sobre que quieren centrar ese día a la noticia. Después trabajamos para Espejo Público otra vez, deciden que quieren contar ese día y nos adaptamos con una entrevista o solo con una conexión en directo. Después empezamos a hacer y grabar el reportaje que teníamos pensado desde el día anterior y a buscar historias".

Adaptarse es la clave. "Grabamos y podemos montar las imágenes con el ordenador en cualquier parte, sentados en un banco de un parque, en el coche, en cualquier bar que encontremos...".

A las 15 hacen una nueva conexión para el informativo y después "comes donde puedas y por la tarde se repite el proceso" y si hay otro programa en directo en la sobremesa, también se conecta, con el mismo reportaje o uno nuevo. A las 21 h de la noche "vuelves a estar preparada en el punto de directo donde quieran conectar contigo". Aún les quedará preparar el reportaje del día siguiente.

"Las vivencias del corresponsal no deben ser noticia, sólo si valen para llamar la atención sobre algo"

Mijallo por haber sido su cámara expulsado de una zona y por haber sufrido las sirenas en directo, Macaluso porque su cámara ucraniano quiso entregarle a su hija para que la sacara de España, Méndez porque rompió a llorar por la muerte de un ser querido de su operador… algunos reporteros se han convertido en noticia, siempre a su pesar. "Las vivencias del corresponsal no deben ser noticia, sólo si valen para llamar la atención sobre algo", opina Mijallo, de TVE, pero nunca si "quita espacio a la verdadera noticia".

Macaluso tuvo incluso que hacer introspección por este asunto, pues ha centrado muchos artículos en internet. "Los primeros días que sucedió, de la noche a la mañana, me socavaba un poco, porque justamente lo que una estudia en la carrera es que el periodista no es noticia".

"Y sin embargo, después de de tratar de disculparme y de no autoculparme a mí misma, preguntándome si había hecho algo mal con respecto a la profesionalidad de mi labor, entendí que era algo completamente involuntario", reflexiona la periodista de origen argentino afincada en España.

"No tenía por qué ser negativo, porque en mi caso es muchísimas de las personas que se han comunicado conmigo que me han dicho que gracias a esas historias y a la forma de contarlas habían empatizado muchísimo más con la situación y se habían comprometido de diferentes maneras para ayudar". "Sentí que mi objetivo, periodísticamente hablando, estaba cumplido", destaca Macaluso.

En lo práctico la vida del corresponsal es complicada. Se trabaja en zonas donde no siempre es posible comer, dormir o hacer el resto de actividades del día a día de forma cómoda o segura.

"Hay veces que te metes en habitaciones que luego tienes dos meses para quitarte de encima los piojos con las pulgas", rememora Morales.

Cada cual llena su mochila con todo lo que puede necesitar: Boli, libreta, baterías de repuesto, móviles, cables de todo tipo, tamaño y color, algo de comer como barritas, chocolatinas o frutos secos, agua, una pequeña navaja multiusos, el imprescindible dinero, manta térmica, chubasquero, linterna… "acabas siendo como una boy scout", ironiza Susana Román.

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