"Seis soldados entraron a nuestra casa. A mi tío le cortaron los brazos y lo pusieron sobre un tronco como si estuviera crucificado. A mis hermanos los dejaron ir. Y a mí me llevaron con ellos", comienza su relato Jeanne Mukuninwa, que acaba de cumplir 20 años.
Cuando se cansaron de ella, la arrastraron hasta un camino cercano. Pero antes de liberarla, se enseñaron con su cuerpo en una tortura que practican de forma habitual a las mujeres violadas: introducirles objetos punzantes, desde cuchillos y machetes hasta palos afilados, en la vagina. Una manera de destruir la capacidad reproductiva, la base, de las poblaciones locales que intentan aterrorizar.
Curar las heridas
El daño que le provocaron es el responsable de que lleve tres años en el hospital de Panzi, situado a cientos de kilómetros de su casa, y en cuyas inmediaciones subsiste gracias los cigarrillos que vende a los transeúntes, sentada sobre la tierra roja.
Comenzó a descubrir los primeros actos de violencia sexual en 1999, durante la Segunda Guerra del Congo. Al año siguiente vio cómo el número de víctimas se multiplicaba, superando el centenar. Un patrón se repetía en cada una de ellas. "No eran sólo violaciones, sino actos barbáricos", afirma.
Entonces se puso manos a la obra. En Bukavu creó el primer centro especializado para atender a las mujeres cuyos cuerpos se han convertido en el campo de batalla de las milicias en el Congo, entre las que se cuentan no sólo los hutus del FDRL, sino también los tutsis de Laurent Nkunda, los grupos locales Mai Mai y el propio ejército regular del país.
La atención del mundo
Reconocido a nivel internacional por su labor, el doctor Mukwege trabaja de manera infatigable. Duerme apenas cuatro horas al día. Y cuando no está en el quirófano se encuentra luchando en otro plano, en el de la sensibilización: a través de conferencias, artículos y entrevistas busca que la comunidad internacional se mueva para poner fin a la violencia en el Congo.
Mientras realizamos la entrevista, una joven entra al hospital. El rostro compungido por el dolor, por el miedo. Se llama Thérèse. Tiene doce años. El soldado que la violó la dejó embarazada.
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