Cervantes, el gigante de las letras que casi murió escribiendo

‘Cervantes escribiendo la dedicatoria de su obra al conde de Lemos’. Cuadro de Muñoz Degraín (1916).
‘Cervantes escribiendo la dedicatoria de su obra al conde de Lemos’. Cuadro de Muñoz Degraín (1916).
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‘Cervantes escribiendo la dedicatoria de su obra al conde de Lemos’. Cuadro de Muñoz Degraín (1916).

Hasta el final de su vida, hasta los últimos momentos, Miguel de Cervantes no dejó de escribir. Difícil imaginar cómo le temblaría la pluma mientras redactaba la dedicatoria al conde de Lemos, que se publicará un año después en el Persiles: "Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...". La enfermedad que le han diagnosticado se apodera de su cuerpo; pero también los recuerdos y los años. Pero el "deseo que tengo de vivir" no acaba.

El 22 de abril de 1616 muere Cervantes en su casa madrileña de la calle León, esquina con la calle Francos (hoy calle Cervantes). Le faltaban meses para cumplir 69 años. Con él se encontraban su mujer, Catalina Palacios, su sobrina Constanza, los dueños de la casa, la familia Gabriel Martínez, su hijo, Francisco, capellán en la cercana iglesia de San Bartolomé, en el convento de las Trinitarias Descalzas y varios hermanos de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, de la que Cervantes era hermano profeso desde el 2 de abril de 1616.

Poco sabemos de su entierro al día siguiente. Al ser hermano profeso, su cuerpo sería amortajado con el sayal franciscano, con el rostro y una parte de la pierna derecha al descubierto. En su casa, los hermanos terceros, postrados de rodillas, rezarían las oraciones del Santo Sudario, y estos mismos hermanos, "de hábito descubierto", en comitiva llevarían el cuerpo a la iglesia cercana, donde recibiría sepultura entre el repicar de campanas.

Pocos son los que oyeron tal sonido, los que serían testigos de la comitiva. Madrid aquel 23 de abril estaba volcada en la procesión de la Santísima Virgen de Atocha desde el convento de Santa María hasta el de Santo Domingo en rogativa por la lluvia. La ciudad se ahogaba por la sequía.

Cervantes murió en el anonimato, como la mayoría de los hombres del Siglo de Oro, como la mayoría de todos nosotros en la actualidad. Murió rodeado de sus familiares. Pero en sus obras había dejado impreso un personaje que, poco a poco, fue asimilando su cara, su cuerpo, sus recuerdos y sus vivencias como si fueran las del Miguel de Cervantes hombre.

Un Miguel de Cervantes personaje que se esculpe a sí mismo en palabras en el prólogo de las Novelas ejemplares (1613) y que es la base para las representaciones pictóricas desde 1738 (el grabado de Kent al inicio de la biografía cervantina de Mayans y Siscar) hasta nuestros días. Un imaginario que sigue siendo tal y como Miguel de Cervantes lo ideara, lo escribiera. La ficción y la realidad que se dan la mano en la vida del ilustre literato. Un Miguel de Cervantes hombre que ya es también su personaje y su mito en el recuerdo de nuestras lecturas y nuestro conocimiento.

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