La comida, un lujo en la basura

Recogida de mercancías donadas en el Banco de Alimentos de Madrid.
Recogida de mercancías donadas en el Banco de Alimentos de Madrid.
JORGE PARÍS
Recogida de mercancías donadas en el Banco de Alimentos de Madrid.

Cuando una fruta u hortaliza no cumple las normas estéticas y de calidad, pese a ser perfectamente comestible, se desecha en la cadena de distribución y nunca llega al consumidor. Esta es solo la punta del iceberg del desperdicio de alimentos que se produce, cada día, en todos los rincones del planeta.

“En el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos cada año”, denuncia la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Con esta cifra se conmemorará, el próximo 16 de octubre, el Día Mundial de la Alimentación. Una fecha señalada en el calendario que, lejos de ser motivo de celebración, ha servido para poner el foco sobre un problema mundial: el despilfarro de comida.

Esta situación, que tiene estrechos vínculos con la precariedad alimentaria, ha sido denunciada por numerosos medios de comunicación, plataformas e instituciones internacionales. Gracias a ello, se están poniendo en marcha multitud de medidas paliativas. Sin embargo, se siguen malgastando toneladas de alimentos mientras “870 millones de personas pasan hambre todos los días en el mundo”, según la FAO.

Las cifras oficiales

Europa desperdicia 89 millones de toneladas de alimentos anuales, de acuerdo a los datos de la Comisión Europea. Esto significa que cada europeo tira a la basura unos 179 kilos de comida al año, cifras preocupantes si tenemos en cuenta la situación de crisis en la que vivimos actualmente. Por poner un ejemplo, “en las cooperativas de naranjas, un porcentaje realmente importante [entre un 20 y un 30%] se descarta para la distribución en el mercado, sobre todo por cuestiones de aspecto”, cita la plataforma Ciudadano 0,0.

“España es el sexto país que más comida tira dentro de Unión Europea (UE), con 7,7 millones de toneladas”, como recoge un informe del Parlamento Europeo. En el mismo documento aparecen Holanda (9,4 millones de toneladas al año) o Francia (9 millones) muy por encima, aunque en la cumbre del desperdicio europeo se sitúa Alemania, con 10,3 millones de toneladas anuales. Aunque teniendo en cuenta que la población germana casi duplica a la española (80 millones de habitantes, frente a unos 47), no son datos de los que sentirnos orgullosos.

A pequeña escala, “cada español desperdicia unos 63 kilos de comida al año”, según la FAO. Esto se traduce en que tiramos el 18% de lo que compramos para alimentarnos. Lo preocupante es que casi la mitad de estos alimentos (45%) no tendrían por qué acabar en la basura si se hubieran gestionado mejor. Esta realidad contrasta con la otra cara de la moneda: los tres millones de personas que viven en situación de pobreza severa, como denuncia Cáritas Española.

Por tipos de alimentos, los que más se desperdician en los hogares españoles son el pan y los cereales (20%); la fruta y las verduras (17%); los lácteos, pasta, arroz y legumbres (13%); las bebidas (7%); las carnes y comidas preparadas (6%); los embutidos, snacks y alimentos en conserva (4%); y en último lugar, los pescados, mariscos y huevos (3%).

La diferencia entre pérdida y desperdicio

Pero el despilfarro alimentario no es igual en todo el mundo. Así, la FAO diferencia entre pérdida y desperdicio. “Las pérdidas se dan en países en vías de desarrollo, en el inicio de la cadena de suministro, debido a las limitaciones financieras y estructurales durante la recolección, transporte y almacenamiento”, explica la organización. Mientras que “el desperdicio se da en las regiones de ingresos medios y altos, a nivel de venta minorista y del consumidor”.

También existen diferencias en cuanto al consumo: “Europa y Norteamérica tienen un desperdicio per cápita de 95 a 115 kilogramos anuales, mientras que África Subsahariana, Asia meridional y el Sudeste asiático tiran solamente entre 6 y 11 kilogramos por persona”, confirma la FAO. Por ejemplo, aunque el volumen de desperdicio de carne en el mundo es relativamente bajo, el 80% del total de este malgasto tiene lugar en los países de occidentales y Latinoamérica.

Ciertos hábitos, que se practican de forma rutinaria en la vida doméstica, tienen una relación directa con el desperdicio de comida, pues, también según la FAO, “un tercio de los alimentos a nivel global se pierden debido a prácticas inadecuadas de los consumidores”. En los hogares, una de las principales causas del desperdicio es la falta de comprensión sobre lo que dice la etiqueta de conservación. Por eso, es importante diferenciar entre: la fecha de consumo preferente, que fija en qué momento el producto pierde cierta calidad o cualidad, aunque sigue siendo apto para el consumidor; y la fecha de caducidad, que indica en qué momento el producto deja de ser seguro.

Aunque estas fechas de consumo preferente y caducidad condicionan los hábitos de las familias, son necesarias para los ciudadanos. “No debemos olvidar que las iniciativas en materia de desperdicio, como son las fechas de caducidad, existen para salvaguardar la seguridad alimentaria de los productos de cara al consumidor”, sostiene Paloma Sánchez, directora del Departamento Técnico y de Medio Ambiente de la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB). “Los altísimos niveles de seguridad alimentaria que hemos alcanzado en Europa son un logro de nuestro sistema productivo y de la actividad de control de nuestras autoridades”, asegura.

Sin embargo, tanto desde el Parlamento Europeo como desde la FAO explican que en los hogares se producen tres tipos de residuos alimentarios de forma continua, que no siempre atienden a esas fechas de caducidad. Los dividen en tres categorías: desechos evitables (productos que, estando en perfecto estado, se eliminan); desechos potencialmente evitables (aquellos alimentos que, a pesar de ser comestibles, algunas personas los consumen y otras no) y desechos inevitables (los que no son comestibles en circunstancias normales).

<p>Día Mundial de la Alimentación</p>

Ante esta situación había que tomar medidas, al menos en un entorno nacional. Por ello, FIAB firmó en 2013 –junto con toda la cadena agroalimentaria española– un convenio de colaboración voluntario con el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama), para luchar contra el desperdicio de alimentos. Allí se exponían una serie de objetivos a cumplir para el 31 de diciembre de 2018, entre ellos: “Fomentar el buen uso de los recursos naturales, informar al consumidor para no malgastar alimentos o colaborar con asociaciones de consumidores”. Veremos si se concretan y se cumplen.

Desde Europa también están trabajando para adoptar medidas que disminuyan el crecimiento de los desperdicios año a año. En mayo se filtró, tras un Consejo de Agricultura y Pesca, que la UE baraja suavizar la obligatoriedad de indicar fechas de caducidad tan estrictas, sobre todo en alimentos que pierden propiedades pero no son peligrosos para la salud. Así, al igual que la sal o el vino, otros productos podrían comercializarse sin una fecha de consumo en la etiqueta.

En la cadena del desperdicio, las grandes superficies y distribuidoras juegan un papel muy importante: ellos eligen qué alimentos se ponen en venta. Por ese motivo, “también se han constituido dos comités de trabajo donde empresas como Mercadona, Día, Consum, Calidad Pascual o Danone trabajan en colaboración para reducir el desperdicio de alimentos”, según la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (AECOC). Con él se pretende controlar el despilfarro a lo largo de todo el proceso y conseguir aumentar la donación de productos aptos para el consumo humano.

Bancos de alimentos

El papel que juegan los bancos de alimentos resulta fundamental en el aprovechamiento de alimentos descartados. España ocupa “el primer lugar en Europa en actividad de bancos de alimentos: 54 bancos en el país mueven millones de kilos al año”, según AECOC. “Al cierre de 2013, habían repartido 120 millones de kilos de alimentos y ayudado a 1,5 millones de personas”, confirma en una entrevista a El mensual de 20minutos Nicolás Palacios Cabero, presidente de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL).

Por su parte, “Cáritas, que en ocasiones colabora con FESBAL, no tiene un programa confederal de distribución de productos, como es el caso de los bancos de alimentos, sino que su organización se basa en acuerdos a nivel local”, indica Ángel Arriví, responsable del área de Comunicación de Cáritas Española. Sus setenta Cáritas Diocesanas trabajan con las empresas de las comunidades autónomas en las que se encuentran, para no desperdiciar alimentos.

La gente que está en situación de pobreza severa en España llega a los tres millones de personas, según Cáritas y FESBAL. “Ahora que las empresas están concienciadas con su responsabilidad social corporativa, queremos que colaboren con nosotros”, declara Nicolás Palacios.

Pero sin una obligatoriedad real de donaciones, muchas empresas siguen sin colaborar. Por ello, Palacios insiste en que “es importante que las instituciones, a través de la legislación, inciten a esas empresas a donar aquello que no vayan a utilizar”. Y asegura que “un equipo de FESBAL se ha reunido con diferentes empresas de alimentación españolas y hay prevista una reunión con el Ministerio de Agricultura, seguramente con la ministra Isabel García Tejerina, para hablar del despilfarro”. “Nuestra intención es trabajar desde la base del problema, que es la educación y la concienciación. Pero también pretendemos extender la práctica de recogida de alimentos en los supermercados a toda España”, asegura el presidente de FESBAL.

Por un futuro más sostenible

Actualmente, las consecuencias económicas directas del desperdicio de alimentos, sin contar pescado y marisco, alcanzan los 750.000 millones de dólares (578.700 millones de euros). Este despilfarro, además del gran coste económico, causa un grave daño al medio ambiente. “Los alimentos que producimos y que luego no comemos consumen un volumen de agua equivalente al caudal anual del río Volga [el más largo y caudaloso de Europa] y son responsables del vertido de 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera”, advierte la FAO.

El futuro no es alentador. “En el año 2050 se estima que la producción mundial de alimentos deberá incrementarse en un 70% para abastecer el aumento previsto de la población, de 7.000 a 9.000 millones de habitantes”, avisa la FAO. Esta previsión tiene una relación directa con el desperdicio; si logramos reducir y reutilizar los alimentos, habremos conseguido solucionar la mitad del problema del abastecimiento.

Algunas organizaciones e instituciones de la cadena agroalimentaria tienen propuestas para aplicar en un futuro cercano, como FIAB o el Magrama. Han creado una lista de propósitos a cumplir para 2020, como “alimentar a una población creciente en un entorno de escasez de recursos, gestionar el agua de forma sostenible, mejorar de la eficiencia de procesos, mitigar el cambio climático o minimizar el impacto ambiental de los envases”.

“Un mal aprovechamiento de estos productos supone una pérdida de riqueza para el conjunto de la sociedad”, opina Paloma Sánchez. Por ello, el despilfarro de bienes no solo representan una oportunidad desaprovechada de alimentar a una población mundial en aumento, sino que, en el actual contexto de crisis económica y de incremento de pobreza, la reducción de este desperdicio alimentario sería un primer paso muy importante para combatir el hambre y mejorar el nivel de nutrición de las poblaciones más desfavorecidas.

<p>Fruta y verdura tiradas en la carretera por una huelga de transportes.</p>

Alternativas para aprovechar los alimentos

Food Sharing es un grupo de trabajo cuyo objetivo es servir de plataforma para combatir el despilfarro alimentario. Se trata de un espacio abierto a la participación ciudadana que rescata excedentes alimentarios, los comparte, y ayuda a distribuirlos allá donde se necesiten.

Los antecedentes de esta plataforma están en Cena Freegan y en Comida Basura, colectivos de activistas que organizaban protestas contra el derroche de alimentos; los rescataban de los cubos de basura y los cocinaban en cenas populares con el objetivo de visibilizar cómo, por razones económicas, los comercios desechan alimentos en perfecto estado.

Otro ejemplo es la plataforma Ciudadano 0,0 ‘La comida no se tira’, de la empresa Mahou-San Miguel, que también pretende promover un mejor aprovechamiento de los alimentos a través de Filosofía Nolotiro y Recetas Nolotiro, donde explican trucos y consejos para una utilización óptima de los recursos alimentarios.

¿Cómo podemos evitar el desperdicio en casa?

Diez consejos básicos para aprovechar y no desperdiciar, propuestos por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente:

  • Planifica tu menú y evita la improvisación.
  • Haz una compra inteligente: revisa el frigorífico y elabora una lista.
  • Ten en cuenta tu presupuesto.
  • Conserva adecuadamente tu comida, según sus necesidades de frío.
  • Consume la comida por orden de entrada: la más antigua, primero.
  • Ajusta las raciones e intenta cocinar solo lo necesario.
  • Aprovecha la comida sobrante.
  • Deposita en la basura solo lo que sea imposible aprovechar.
  • Si comes fuera de casa, lleva tu propio recipiente reutilizable.
  •  Si comes en restaurantes, no dudes en pedir las sobras en un envase para llevar.
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