El legado político de Suárez: desmontó el franquismo y pilotó el inicio de la joven democracia

El presidente del Gobierno Adolfo Suárez y Felipe González en los pasillos del congreso de los Diputados, en una fotografía de los años 70.
El presidente del Gobierno Adolfo Suárez y Felipe González en los pasillos del congreso de los Diputados, en una fotografía de los años 70.
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El presidente del Gobierno Adolfo Suárez y Felipe González en los pasillos del congreso de los Diputados, en una fotografía de los años 70.

Antes de quitarle la vida, su enfermedad le borró la memoria, una memoria que es historia de España. Adolfo Suárez González (Cebreros, Ávila, 1932) hace años que no recordaba que había sido el primer presidente de un Gobierno democrático tras la muerte de Franco. Pero su legado político y su figura como hombre de Estado son claves para entender la España que hoy vivimos. Fue el presidente que desmontó el franquismo y que pilotó el país hacia el inicio de la democracia, unos inicios que fueron difíciles y complicados, pero que Suárez supo conducir porque era un político que utilizó el diálogo y el consenso como solución en épocas oscuras.

Gobernó cuatro años y siete meses, con cinco gabinetes distintos, diversas remodelaciones y un total de 58 ministros. Tuvo que afrontar dos intentos de golpe de Estado (en noviembre de 1978, la llamada 'Operación Galaxia'; y el 23 de febrero de 1981, con el asalto al Congreso del coronel Tejero), en un momento en que la joven y aún débil democracia parecía tambalearse. Un joven político para una joven democracia. Suárez llegó al poder con 43 años, una especie de provocación para la clase política de la época. El rey Juan Carlos I, con poderes heredados de Franco, debía elegir un presidente entre tres candidatos y eligió a Suárez. Y eso que no era en un principio el deseado, teniendo en cuenta los recelos de muchas figuras franquistas y que los demás partidos políticos aún eran ilegales.

Su elección se produjo el 3 de julio de 1976. En plena transición, la situación económica de España era muy complicada. La inflación alcanzaba el 47 %. La deuda exterior era el triple de las reservas de oro y divisas. En materia política había censura previa y estaba prohibido el derecho de reunión y de asociación política. Hasta el adulterio era delito. Pero Suárez se movió rápido y bien. Primero consensuó la ley de reforma política, aprobada en referéndum el 15 de diciembre de 1976. Después puso en marcha la primera reforma militar, con el nombramiento del general Gutiérrez Mellado como vicepresidente primero del Gobierno. Luego vino la amnistía política en marzo de 1977, la legalización de todos los partidos y de los sindicatos, y la convocatoria de elecciones el 15 de junio de ese año. Además, tuvo tiempo para crear una organización política, la Unión de Centro Democrático (UCD), agrupando a personas procedentes del régimen anterior, a liberales, democristianos y socialdemócratas.

Eran semanas muy convulsas. Atentados de ETA, secuestros del GRAPO, asesinatos de los Guerrilleros de Cristo Rey... Suárez confiesa a sus allegados su impresión de que algunos preparan un golpe de Estado. En esas circunstancias Suárez decide dar el paso simbólicamente más importante y el 9 de abril de 1977, en plenas vacaciones de Semana Santa, legaliza el PCE. Pero da pasos igual de valientes: Suárez decide suprimir el Movimiento, preparar una nueva legislación laboral, disolver la Organización Sindical franquista y distribuir su patrimonio, y suprimir el Tribunal de Orden Público.

Los pactos de La Moncloa

Ganó con abrumadora mayoría los comicios de junio de 1977 y Suárez dejó de ser el presidente hasta entonces designado por el Rey a ser el presidente votado por los españoles. Tras el triunfo, formó el tercer Gobierno de la Monarquía y el primero de la democracia, constituido el 5 de julio de 1977. En este mandato se firmaron los Pactos de la Moncloa, se aprobó el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y los Estatutos de preautonomía de Cataluña, País Vasco y Galicia, entre otras reformas. Se ponían las primeras piedras del Estado autonómico que hoy conocemos.

En octubre de 1977 llegaron los 'Pactos de la Moncloa'. El Gobierno, los partidos políticos con representación parlamentaria, el sindicato CC OO y las asociaciones empresariales plasmaron en un acuerdo su decisión de procurar la estabilización del proceso de transición para hacer frente a la grave crisis económica. Como todo lo que intentó hacer en sus casi cinco años de Gobierno, estos pactos no obtuvieron el consenso general. La UGT se mostró reacia al acuerdo y Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular, tan sólo suscribió los acuerdos económicos y rechazó los políticos.

"Puedo prometer y prometo"

Su último gran reto fue la Constitución, refrendada el 6 de diciembre de 1978. Suárez había renunciado a imponer un texto, para el que tenía mayoría suficiente con los votos de UCD y Alianza Popular (AP), a fin de lograr que la mayoría de las fuerzas políticas se sintieran comprometidas con la nueva Constitución. Ya lo había anunciado así en el discurso electoral previo, aquel famoso "puedo prometer, y prometo, intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños".

Entonces convocó de nuevo elecciones y, tras ganarlas por segunda en marzo de 1979, se enfrentó a un escenario cada vez más complicado. Las divisiones en su partido, la acción decidida de la oposición (sobre todo del PSOE), las conspiraciones militares y la disminución de la confianza del Rey minaron su posición. Sin olvidar la espiral creciente del terrorismo, que si en 1975 había asesinado a 29 personas, en 1976 a 22 y en 1977 a 31, pasó a provocar 90 muertes en 1978. En política exterior, la atención la puso principalmente en clarificar la posición de España en África del Norte, afianzar lazos de amistad y colaboración con los países hispanoamericanos y fortalecer las relaciones hispanoárabes. En Ryad (Arabia Saudí) se entrevistó con el líder de la OLP, Yasser Arafat.

Su renuncia como jefe del Gobierno se produjo el 29 de enero de 1981, tras superar una moción de censura de la oposición socialista en mayo de 1980. Mal informado sobre las conspiraciones que terminaron conduciendo al 23-F, mostró su arrojo personal frente a las armas de Tejero cuando se consumó el asalto al Congreso.

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