Testigos del tiroteo en Lavapiés: "La Policía se llevó a Madou solo por vender para poder comer"

  • Varios amigos y un compañero de piso del senegalés detenido en Lavapiés el domingo relatan el incidente con la Policía.
  • José Ángel: "Tengo una hija y los disparos sí me harían cambiarme de barrio".
  • Gustavo, dependiente: "Esto no es el Lavapiés de los años 90. Lo que hizo la Policía el domingo fue excesivo".
Imagen de la plaza de Lavapiés, en Madrid.
Imagen de la plaza de Lavapiés, en Madrid.
Manuel H. de León / EFE
Imagen de la plaza de Lavapiés, en Madrid.

Madou T. fue puesto en libertad con cargos este martes. A las 15.00 horas, sus amigos y compatriotas aseguraban que el hombre, de unos 30 años, no había regresado aún a su domicilio del barrio de Lavapiés. En este mismo lugar, apenas 48 horas antes, había sido detenido en un altercado en el que un Policía Municipal disparó dos veces su arma al aire y apuntó de frente a varias personas.

Localizar el piso donde vive Madou o a su entorno no es complicado. Después del incidente del domingo, toda la comunidad senegalesa de Lavapiés le pone nombre y cara. Es uno más de los subsaharianos que acude al Rastro los domingos y a la Plaza de Tirso de Molina a diario y ejerce la venta ambulante como forma de ganarse la vida.

Idrissa, un norteafricano que deambula escuchando música por la calle de Tribulete, se ofrece serio pero amable a llevarnos hasta sus amigos. Por el camino, dice que la Policía "se volvió loca" el domingo y pide que suelten ya a Madou "porque lleva dos días y no ha hecho nada". "Esos son, pregúntales", y se marcha tras señalar a otros siete compañeros que, sentados a la sombra en la Plaza de Cabestreros, hablan con voz grave.

"Es mi amigo. Yo vivo con él", contesta Moussa, cuya media sonrisa no deja adivinar si ya ha hablado con el detenido o si sabe que ha sido puesto en libertad solo unas pocas horas antes. Su gesto se vuelve duro al rememorar lo ocurrido un par de días antes en la calle de Amparo: "Se le llevaron porque era negro. Solo vendía para poder comer". A su lado, Moustapha utiliza un tono más agresivo y escoge de entre las pocas palabras que sabe en español: "El policía era un racista. ¿Por qué (le) detiene? Vivo aquí siete años y nunca hemos hecho nada a la Policía".

Todos niegan haber agredido a los agentes, aunque uno de ellos confiesa que estuvo entre los que les rodearon. No da su nombre, pero se muestra muy enfadado cuando se le pregunta por el vídeo en el que varios compatriotas de Madou rodean y lanzan objetos los uniformados, que ese día vestían de calle. "¡Yo no le di y sacó una pistola!", articula con gestos de horror. Todos han visto el vídeo y todos asienten. En el último momento, a uno de los asistentes se le escapa que Madou está "muy jodido".

Zona vigilada

La conversación con los senegaleses dura poco más de cinco minutos. Ver a un blanco hablando con un grupo amplio de ellos no es lo usual en Lavapiés, pero a nadie le extraña demasiado puesto que es uno de los barrios con mayor porcentaje de población inmigrante de España.

"Si hemos sido capaces de acostumbrarnos al 'Gran Hermano' —el Ayuntamiento de Madrid instaló 48 cámaras para controlar la prostitución el menudeo de drogas en el barrio—, nos acostumbramos a todo", ironiza Rafa, que lleva frecuentando la zona desde hace años. El cartelón azul de 'zona vigilada' es lo primero que recibe al visitante cuando sale de la boca de Metro. "Para quien conoce el barrio de oídas, le puede parecer que esto es el Bronx, pero ni de lejos. Es un barrio maravilloso", refuta Rafa.

En la plaza principal, todo transcurre con normalidad. Dos estudiantes que deberían estar en clase fuman y comen patatas fritas. Los clientes del supermercado cargan sus bolsas. Como barrio de moda que es, chicos atléticos, chicas jóvenes y turistas pasean y husmean en las tiendas al por mayor de baratijas, abalorios, ropa o, incluso, semillas de cáñamo. Grupos de parados, extranjeros (separados por países de origen) y jubilados se refugian del sol.

A pocos metros, en el tramo superior de la calle de Amparo, donde ocurrió todo, los comerciantes, muchos españoles, charlan con el visitante sin problemas. En el inferior, ocupado por bangladesíes, indios, chinos y suramericanos, las reticencias son mayores.

"Fue excesivo"

"Lo que hizo la Policía el domingo fue excesivo", comienza Gustavo, dependiente. "Esto no es el Lavapiés que había en los noventa. Yo fui al colegio Santillana, vivía en Cabestreros y en los años malos sí había disparos, y no de la Policía. Los yonkis se chutaban en la calle. Ahora hay algo de drogas, pero la Policía sabe perfectamente quién trafica y quién no".

Verónica, que trabaja en una guardería vecina donde todos los niños pertenecen a familias extranjeras que reciben ayuda de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, ratifica que los padres llegaron "un poco asustados" el lunes. "Es muy raro lo de la pistola. Aquí lo hemos hablado y todo el mundo está muy extrañado", añade Maroua, tunecina que lleva tres años regentando una tienda de ropa.

El sentimiento general en el barrio es de sorpresa. Aunque la delegada del Gobierno en Madrid y la alcaldesa de la ciudad han respaldado la actuación de los agentes, disparos de advertencia incluidos, José Ángel, de 35 años, cree que fueron ellos los que se equivocaron en su forma de proceder.

"No soy de los que apoya rodear a la Policía cuando hace identificaciones, porque creo que provoca una situación violenta, pero dónde se ha visto que vengan a detener a un mantero a las cuatro de la tarde de un domingo y organicen ese follón. Vivo aquí desde hace siete años y estoy muy contento con el barrio y los vecinos. Cosas como esos disparos de la Policía sí me hacen replantearme el irme a vivir a otro sitio con mi pareja y mi hija", critica.

Después de varias horas deambulando, Madou no aparece. Antes de dejar el barrio, los residentes en la casa okupa la Barraka se interesan por nuestra visita al barrio. Al abrir la puerta, sale un intenso a comida recién hecha. "Ya es hora de que alguien pase por aquí y pregunte a los vecinos. La Policía usó porras extensibles para detener a ese chaval, cuando están prohibidas. Si los disparos llegan a rebotar y a darle a alguien, estaríamos hablando de otra cosa", zanja Marcos antes de despedirse de manera afable y cerrar la puerta.

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