Las últimas cenas de los condenados a pena de muerte

  • El fotógrafo Jonathon Kambouris lleva a cabo un proyecto en el que relaciona la cara de los ejecutados en EE UU con el menú postrero al que tienen derecho.
  • El artista seguirá con 'The Last Meals Project' hasta que país suprima la pena capital.
  • El "ritual" de la petición postrera de comida le obliga a preguntarse: "¿Está servida la sociedad con la condena a muerte?".
Timothy McVeigh, autor del atentado con un camión bomba (168 muertos y 500 heridos) contra una sede administrativa federal de Oklahoma City en 1995. Pidió dos tarrinas de helado de menta con chips de chocolate
Timothy McVeigh, autor del atentado con un camión bomba (168 muertos y 500 heridos) contra una sede administrativa federal de Oklahoma City en 1995. Pidió dos tarrinas de helado de menta con chips de chocolate
© Jonathon Kambouris - www.lastmealsproject.com
Timothy McVeigh, autor del atentado con un camión bomba (168 muertos y 500 heridos) contra una sede administrativa federal de Oklahoma City en 1995. Pidió dos tarrinas de helado de menta con chips de chocolate

Antes de ser ejecutado en 2001 con una inyección letal en una cárcel de Indiana (EE UU), Timothy McVeigh, de 33 años, exsoldado condecorado del Ejército de su país, hizo uso de su último derecho: pedir un menú a la carta. El prisionero, condenado a la pena capital como autor, seis años antes, del atentado con un camión bomba (168 muertos y 500 heridos) contra una sede administrativa federal de Oklahoma City, eligió como última cena dos tarrinas de helado de menta con chips de chocolate.

Cuando el fotógrafo Jonathon Kambouris (Detroit-EE UU, 1982) se enteró por el diario de la postrera elección alimenticia del supremacista fanático McVeigh un escalofrío le recorrió la espina dorsal. "Este hombre había planeado un acto horrendo, devastador y completamente inexplicable. Cuando leí cual había sido su última cena quise saber más. Pese a lo atroz de cualquier asesinato, la sociedad desea examinar y conocer la mente del criminal".

Provocar un debate presentando evidencias

La resonancia bíblica de la última cena como ritual y la necesidad de responder preguntas sobre la legalidad moral y ética de la pena de muerte dieron vueltas en la cabeza del fotógrafo durante cinco años. Deseaba provocar un debate, presentar las evidencias, pero sin exponer con claridad su postura personal (es contrario a la pena capital). Prefería que el espectador pudiese responder a la pregunta que no dejaba de rondarle: "¿Está servida la sociedad con la condena a muerte?".

El resultado es el desasosegante The Last Meals Project (El Proyecto Últimas Comidas), una colección de fotos policiales o penitenciarias, tratadas y emparejadas con los alimentos solicitados por los reos antes de ser ajusticiados. Una adusta ficha, mecanografiada en tinta roja sobre una hoja rayada y arrugada, aporta los datos fríos: nombre, menú, método de ejecución, fecha y lugar.

No se añaden las acusaciones y fallos  judiciales por los que cada preso ha sido condenado. Kambouris explica así a 20minutos.es la razón de esta decisión: "Conceptualmente quería que la serie tuviese el estilo documental de las instituciones penitenciarias: fotos de archivo policial, orden... Todo muy estéril. Apliqué ese estilo a mi trabajo".

Al fotógrafo también le interesaba que sus fotos fueran "completamente imparciales". Por eso se limitó a la cara, la comida "y la relación que se establece entre ambas". Deseaba que el "punto sobresaliente" del proyecto fuese "la importancia del ritual", porque al tratarse de un tema tan sensible y debatido como la pena de muerte "la última comida es indiscutiblemente honesta y verdadera".

Ted Bundy: filete, huevos y café

Las entregas de The Last Meals Project (18 hasta el momento) incluyen, entre otros, al asesino en serie Ted Bundy (que pidió un filete, huevos fritos, hash browns y café); el líder pandillero Stanley Tookie Williams (copos de avena con leche); la primera mujer ajusticiada en los EE UU desde 1984, la asesina Karla Faye Tucker (ensalada verde con salsa ranchera, un melocotón y un plátano); Aileen Wuornos (una taza de café), condenada por matar a siete hombres que, según ella, la habían violado, e inspiradora del personaje que interpreta Charlize Theron en la película Monster (2003), y el asesino del tren Ángel Maturino Reséndiz (declinó pedir alimentos).

Intercalados entre las fotos, Kambouris inserta algunos datos, desde el ránking de los países con más ejecuciones (el de 2010 fue difundido hace unos días, con China a la cabeza, con 5.000), hasta el coste para el erario público estadounidense del cumplimiento de la pena capital.

También incluye este párrafo de un reglamento penitenciario: "Antes de la ejecución, el interno puede pedir una última comida. Para evitar extravagancias, los alimentos para prepararla no pueden superar el coste de 40 dólares y deben ser adquiridos en la localidad".

El autor de The Last Meals Project anuncia que no abandonará el trabajo en tanto EE UU no decida abolir la pena capital.

¿Es optimista al respecto?

Creo que este es un país que se ve a sí mismo como progresista y cuyo modelo es válido para otras naciones del mundo. Es chocante que siga manteniendo la pena de muerte cuando más y más países deciden abolirla. Me gusta una frase de Ghandi: "El ojo por ojo dejará al mundo ciego".

Su proyecto pretende responder a la pregunta: ¿Está la sociedad servida con la pena de muerte? ¿Ha conseguido una respuesta?

Mi opinión personal es que no. No hay justicia en la aplicación. La mayor parte de las personas en los corredores de la muerte son pobres. No hay ni ricos, ni gente con educación superior y me parece que todos somos conscientes de que un rico puede cometer un asesinato: recuerden a O.J. Simpson. Sin tener dinero y conocimientos es bastante más probable que te ejecuten. Sin embargo, mi punto de vista es irrelevante. Tras tanto debate a favor y en contra lo único cierto es que la pena de muerte no sirve, no funciona.

¿Ha utilizado estadísticas durante el proyecto?

Sí, las he consultado todas. Financieramente, sobre todo en una época de crisis económica, la pena de muerte se lleva mucho dinero público que sale de los impuestos. Según el estado, el coste de cada ejecución puede ser de hasta cientos de millones de dólares. Los datos sobre crímenes indican que la zona sur del país, donde tienen lugar el 80 por ciento de las ejecuciones, es la que tiene el nivel de criminalidad más alto, mientras que el noreste, con el uno por ciento de las ejecuciones, tiene el más bajo. No parece que los criminales piensen en el castigo cuando cometen un crimen.

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