Un cirujano plástico estadounidense ha publicado un estudio en el que, gracias a contar con dos gemelas idénticas, puede mostrar las diferencias exactas de un rostro tratado con bótox y otro que ha envejecido de manera natural.
La investigación, publicada por la American Medican Association, y firmada por el doctor William J. Binder, realizó un seguimiento a ambas mujeres durante casi 20 años. Una recibió inyecciones de bótox dos o tres veces al año y la otra dejó que la naturaleza siguiera su curso.
La gemela que había recibido los tratamientos con regularidad tenía una piel notablemente más suave con arrugas más superficiales en el rostro. Mientras tanto, su hermana tenía líneas de frente más profundas y patas de gallo más notorias cuando sonreía en comparación con la gemela que había recibido las inyecciones.
Durante el tiempo que duró el estudio, las gemelas usaron protección solar constante, para que no fuera un factor, y llevaron una vida saludable. Ninguna de ellas usaba retinol para las arrugas.
Según Binder, "es probable que el tratamiento a largo plazo con Botox pueda prevenir el desarrollo de líneas impresas, no sólo al inhibir la capacidad del paciente para contraer el músculo objetivo sino también quizás mediante la modificación del comportamiento".
"Con un tratamiento a largo plazo, el paciente puede acostumbrarse a tener poca o ninguna necesidad o capacidad para contraer el músculo objetivo y eventualmente puede 'aprender' a evitar incluso intentar contraerlo", prosigue.
"También se cree que, al aliviar de esta manera la presión mecánica de la contracción muscular crónica, se puede facilitar la remodelación dérmica", concluye el autor del estudio.
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