Saltó el Liverpool al Estadio Olímpico y el 90% de todo, entendiendo por ello flashes, ánimos, miradas y letras en el ordenador, iban con destino Salah, la estrella creciente al que Sergio Ramos situó después varias plantas por debajo de Messi y 'Cris'.
Después llegó el turno del Real Madrid, una especie de circo ambulante, pues allá donde va le acompaña un séquito mayúsculo: por allí andaban leyendas como Raúl, Mijatovic, Roberto Carlos o Karembeu, y por allí trepaba el travieso Enzo, el hijo de Marcelo, mismo pelo afro y ya casi famoso por mor de las redes sociales y un video suyo con los amigos de papá.
Acabado el intenso entrenamiento , el paisaje mutó a una tarde de picnic: Benzema departió con dos colegas, Bale con otros dos y un buen rato, Casemiro babeaba con su hija, Carvajal saludaba a los suyos, Zidane besaba a su prole y Enzo conseguía su objetivo, pelotear con papá; la profesión esa debe ir por dentro, porque aquello era una fiesta. Diez minutos antes, había alguien que ni saludos ni gaitas, directo al vestuario: el que lleva el número 7.
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