Los ocho apellidos vascos de Julen Lopetegui

  • Con el Mundial a la vuelta de la esquina, 20minutos accede junto al seleccionador a su universo más íntimo.
  • Tiene su refugio en Asteasu, donde viven sus hermanos con su padre, un legendario levantador de piedras.
El seleccionador español, Julen Lopetegui, a la entrada de su casa en la localidad guipuzcoana de Asteasu.
El seleccionador español, Julen Lopetegui, a la entrada de su casa en la localidad guipuzcoana de Asteasu.
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El seleccionador español, Julen Lopetegui, a la entrada de su casa en la localidad guipuzcoana de Asteasu.

En el interior de Guipuzcoa, en Asteasu, Julen Lopetegui tiene su refugio. En la misma casa en la que nacieron su madre y sus tres hermanos lo hizo también en 1966 el hoy seleccionador español, orgulloso de sus raíces y de sus ocho apellidos vascos: “Lopetegui, Agote, Aranguren, Arteaga, Eizmendi, Kalparsoro, Usabiaga y Ugartemendía”, según nos recita cuando le hablamos de un paisaje propio de la popular película. Allí siguen viviendo todos ellos, junto a su padre, José Antonio Lopetegui, un mítico levantador de piedras.

En ese ambiente se siente la hospitalidad propia de la que fue una conocida casa de comidas, ahora convertida en un txoko familiar donde el seleccionador busca siempre un hueco para compartir el mayor tiempo posible con sus seres queridos. Son habituales también las visitas de Bernardo Atxaga, el mejor escritor en lengua vasca, nacido en el mismo pueblo, y las largas conversaciones hasta bien entrada la noche con los amigos de toda la vida. En casa de los Lopetegui hay mucha memoria, mucho sentimiento, una evidente complicidad y un gran sentido de pertenencia. Es la gran obra de Juanita Agote, su madre (QEPD), fallecida hace nueve años.  A Julen aún se le empañan los ojos recordando su legado.

El deporte y las vivencias pasadas están muy presentes en ese conjunto de casas. Las piedras, o los ‘bolígrafos, como le gusta llamar a su padre, José Antonio -conocido en el mundillo como Agerre II por el caserío de Azpeitia en el que nació-, lucen y no hay quien las mueva. Pesan entre 100 y 200 kilos. Más de cuarenta años después, aún perdura su récord levantando la piedra de 100 kilos: 22 veces en un minuto. “Un prodigio de velocidad”, comenta Julen. Algunos espabilados de la época le tentaron para convertirlo en boxeador y le persiguieron durante semanas, pero se negó.

Piedra, pelota y txapelas

José Antonio, que llegó a ser alcalde de Asteasu, siempre sintió devoción por el deporte rural. Es un incunable la foto, con los brazos en alto, agarrando a cada una de sus hijas gemelas, Miriam e Idoia, con el pequeño Julen a sus pies, con la mirada perdida. Junto a las piedras con las que competían, un pequeño frontón casero -donde mejor se coge la técnica, según explican- que muestra la devoción familiar por este deporte. Joxean, el hermano mayor, fue un pelotari reputado y en las paredes aún se conservan las txapelas que reconocen a Julen como ganador de algunos torneos locales en su infancia.

José Antonio Lopetegui sostiene a sus hijas, Miriam e Idoia, ante el pequeño Julen, hoy seleccionador español.
José Antonio Lopetegui sostiene a sus hijas, Miriam e Idoia, ante el pequeño Julen, hoy seleccionador español.

Iba para pelotari, pero muy pronto le picó el veneno del fútbol.  Aún se recuerda el día en el que el hoy seleccionador, con apenas 13 años, se fue con su amigo Javi a jugar al balón y se olvidó las chuletas en la parrilla del restaurante. Se quemaron, claro. La bronca fue monumental. Javi es el amigo del alma, el hermano que se elige. Aún regenta la carnicería gourmet de Asteasu y recuerda cuando, siendo niños, cada semana uno de los dos compraba la revista 'Don Balón'. Siempre se desplazaban juntos al viejo Atocha para ver a la mítica Real Sociedad de Perico Alonso, Zamora, Satrústegui y López Ufarte. Le costó convencer a su padre de las bondades de este deporte. “No me vino a ver jugar hasta que llegué al Castilla. Eso sería impensable que ocurriese hoy en día”, reconoce.

Aquella anécdota de la chuleta ha quedado marcada a fuego en una tierra donde la gastronomía es religión. No es casualidad que algunos de los mejores cocineros del mundo provengan de esta zona. Julen se atreve con la parrilla, explica los secretos del fuego y la importancia de la materia prima y, como si darle el punto a la chuleta se tratase de la preparación de un partido, pide que le dejen solo para rematar su obra.

El miedo existe

Junto a la iglesia donde se casó y bautizó a sus hijos, Julen muestra su primera portería entre dos árboles. Pasear con el seleccionador por su pueblo es revivir un sinfín de vivencias y de anécdotas, sin poder esquivar las miradas orgullosas de sus vecinos, que se acercan para pedirle alguna foto junto a la fuente, en la que tantas veces se cayó de niño.

En su círculo más íntimo aparece un Lopetegui incisivo, risueño, lejos de su imagen profesional e incluso vacilón con sus cuñados, recordando antiguos partidos de pelota. Hay también un Julen cariñoso en su relación con sus sobrinos y muy cercano a sus hermanas. También es de los que miran los problemas de frente. Sabe que la profesión de  entrenador tiene que ver, además de con tener un conocimiento exhaustivo del juego y de sus rivales, con ser un gran solucionador de conflictos. Sabe que la fuerza del grupo es el único atajo hacia el soñado éxito.

Se sale del estereotipo de los que piensan que un vestuario es como una familia y reconoce sin tapujos que “los miedos del entrenador existen, como los de los jugadores, como los de cualquier profesional en otros sectores, pero es un miedo positivo, que invita a prepararse mejor”. Después de los partidos le gusta estar solo y, aunque no cree en la plenitud completa en su profesión -“Siempre hay algo que se pudo hacer mejor”-, sí reconoce que lo que más le llena como técnico es ver que el grupo entiende lo que quiere y lo expresa sobre el terreno de juego.

Con el Mundial a la vuelta de la esquina, Lopetegui, meticuloso hasta el extremo en el trabajo, busca el equilibrio con los que siempre van a a estar allí. En Asteasu están muchas de las respuestas. Sabiendo de dónde viene, es más fácil entender adónde va.

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