JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. ESCRITOR
OPINIÓN

Carta a Príncipe, el Toro de la Vega

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Desde la absurda premisa de dirigirme a un animal que jamás me entenderá y al que yo tampoco podré entender —nunca empaticé con los bóvidos, plácidos pero torpes, sumisos pero dados a los raptos de violencia incontrolada (si nunca han visto una vaca enloquecida, no conocen ustedes una de las formas del demonio)—, te escribo, Príncipe, porque te ha tocado este año ser el toro de la Vega de Tordesillas. Casi nunca podemos elegir quién deseamos ser y a veces son los demás quienes nos empujan u obligan a interpretar roles indeseados, ¿no te parece? En tu caso —cinco años y medio de edad, 630 kilos de peso—, ser protagonista de una bruta ceremonia de la bruta meseta castellana, esa tierra de pocas cosas pero donde cada una, como decía Borges, parece "sustantiva y eterna". En el mío, ganar unos pocos euros como periodistilla aquejado de una paradoja existencial que no temo confesar: la sangre fría sepulcral del matador de toros José Tomás me emociona tanto como el tono goyesco, Príncipe, de tu pelaje colorado, proyección animal de las tierras del Duero, regadas por muchas sangres. Este año, como el pasado, la intervención de los tribunales de los humanos, la más pérfida especie del reino animal, te ha liberado de la muerte pública por alanceamiento, en una deferencia grotesca, ya que te rematan en privado y en el matadero unas horas después de avasallarte en público. Las sensibilidades animalistas tienen hoy en España más voz que, por ejemplo, la lucha contra la invasión de la vida privada, tomada por asalto con ferocidad y como nunca antes, y consentida por periodistas, techies y medios de comunicación que, al tiempo que admiten la violación, claman por signos de políticas civilizadoras. ¿Por ejemplo? No matar a un toro en público pero saborear, con todo el derecho, un solomillo sangrante del despiece de una res sacrificada por la españolísima industria cárnica con el disparo de una pistola a presión de pernos, una descarga voltaica o el gaseo a lo Treblinka de los cerdos de cuya sabrosura tanto nos ufanamos. De manera, Príncipe, que no puedo ser ni tu paladín ni tu enemigo. Creo que tú, el torero Tomás y todos los toreros –payasos o artistas–, cada asistente al Toro de la Vega y, desde luego, yo mismo solo tendríamos, como seres imperfectos y marionetas biológicas, un destino adecuado: desaparecer y diluirnos en el caos.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento