Era una escultura de 20 metros. Una figura en bronce con la altura de un edificio de 7 plantas. Representaría a un joven desnudo caminando frontalmente, y la propuesta, del  Ministerio de Obras Públicas, era erigirla en la entonces incipiente Avenida de la Ilustración, diseñada para completar con cierto empaque la M-30 de Madrid.

Corría la primavera de 1986, el título de la obra era  El Caminante aunque el gracejo popular la rebautizó como el Coloso en Bolas. Su autor nada menos que el gran Antonio López. Por su calidad artística y sus dimensiones ciclópeas, los primeros bocetos ya permitían anticipar una creación de singular valor que, sin duda,  habría  puesto ese punto del norte de Madrid entre los lugares de visita obligada.

Cuando estaban en ello, unos cuantos periodistas rancios, algún que otro  intelectualoide, sin causa reconocible, y los meapilas de turno empezaron a cargar contra el proyecto con argumentos tan ridículos como que los vecinos del barrio tendrían pesadillas pensando que, en cualquier momento, esa figura hercúlea podría cobrar vida y atacarles.

¿Se puede ser más imbécil? Lo cierto es que la estúpida polémica que suscitaron terminó por disuadir al Ministerio, que no estaba dispuesto a aguantar críticas encima que se estiraba económicamente, y al propio Antonio López, que no daba crédito a tanta cortedad.

Ahora, en el cruce de la Avenida de la Ilustración con la calle Betanzos, donde proyectaban levantarlo, no hay nada, y cada vez que paso por allí echo de menos ese Caminante gigante que nunca estuvo y me pregunto cómo pudieron acabar con su existencia unos cuantos mediocres.

Lo de esta obra asesinada antes de nacer me ha venido a la memoria al leer una estadística publicada por la empresa Fitbit, la que fabrica esas pulseritas electrónicas que controlan la actividad física. Según los datos recogidos  por sus dispositivos entre millones de clientes de todo el mundo, los españoles somos los que más caminamos. La media registrada supera los 9.000 pasos diarios, más de cinco kilómetros por jornada. En este registro superamos  a países como Suiza, Nueva Zelanda o Suecia cuya población tiene una acreditada tendencia al cuidado del cuerpo.

El caminar, a ser posible hasta alcanzar los 10.000 pasos, unos seis kilómetros al día,  es una recomendación que se ha ido imponiendo de forma casi unánime por los especialistas en salud. Hacerlo así previene los accidentes cardiovasculares, la diabetes, algunos tipos de cáncer y mejora la memoria y la capacidad sexual.

Resulta obvio además que caminar es barato además de ecológico, un signo pujante de modernidad. Esa modernidad que quiso anticipar aquella escultura del Caminante de Antonio López y que hoy, 30 años después, habría estado cargada de simbolismo. Algo que no pudo ser por falta de  ilustración.