Turismofobia en España: dónde se producen las protestas y cuál es su objetivo

  • El sistema turístico español no parece preparado para la llegada masiva de visitantes y las consecuencias son negativas.
  • Las principales acciones se están produciendo en Baleares, Cataluña y País Vasco.
  • Las denuncias: no se respeta el bienestar de los residentes, afecta al medioambiente y los beneficios no reportan prosperidad.
  • París, Roma, Venecia y Florencia son otras de las ciudades afectadas en el mundo.
Mensaje contra el turismo masivo en Barcelona.
Mensaje contra el turismo masivo en Barcelona.
EFE
Mensaje contra el turismo masivo en Barcelona.

Vivir en Madrid, Palma o Barcelona todo el año resulta, para la mayoría de la gente, maravilloso. Una rutina marcada y un día a día típico de las grandes ciudades: nada raro. Pero, ¿qué sucede si esos hábitos se vieran trastocados por el turismo masivo? Eso es lo que desencadena la turismofobia, un término que se ha puesto de moda este verano precisamente por eso. La llegada de oleadas de turistas se ha convertido en un problema para las grandes urbes, no solo españolas, sino también de todo el mundo.

España es uno de los destinos predilectos para millones de personas y parece que el sistema no soporta tal afluencia. Hoteles llenos, playas a rebosar, calles atestadas de cámaras de fotos, poca tranquilidad y, en ocasiones, una agitada vida nocturna. Esos son algunas de las consecuencias de los desplazamientos incontrolados, que, como se está viendo, no siempre tienen una respuesta cívica.

¿Por qué ahora? La razón parte de la base de que las protestas no son contra el turista como persona, sino contra el sistema, que ha dado indicios de no estar preparado para soportar el peso constante de viajeros. Y no solo eso, sino que no convierte las inversiones realizadas por quienes vienen en prosperidad: el turismo reporta beneficios, pero las quejas llegan cuando esos no se saben utilizar correctamente.

Las actuaciones turismófobas buscan realizar una crítica feroz hacia una actividad que, según consideran los grupos perpetradores, precariza tanto el empleo como la vida de los habitantes de las zonas afectadas. También apuntan a la saturación de las carreteras e incluso a los comercios, que durante la época estival pasan a orientar sus ofertas casi exclusivamente a las necesidades de los turistas (las llamadas tiendas de souvenirs). Lo que se llama turistificación, que no es otra cosa que la causa de una posterior turismofobia.

Y hay otra preocupación: el cuidado de la naturaleza. El auge del turismo provoca más urbanización en zonas que no están ni preparadas ni en un enclave propicio para ella. Tiene por tanto efectos sobre los ecosistemas. Esto tiene especial relevancia en las zonas costeras, sobre todo en las islas: Ibiza, Mallorca, Tenerife, Menorca...Son destinos cada vez más concurridos en los que las ofertas hoteleras superan con creces a cualquier otro tipo de actividades.

TUI Group, el mayor grupo turístico que existe, confirmó hace unos días que "España está bastante llena de turistas", y animaba a la gente a viajar a destinos más asequibles. Ahí nace otra de las razones de la turismofobia: los precios. Cuanto mayor es la demanda más cara es la oferta, y esas cantidades son las mismas para quien llega de fuera que para quien vive durante todo el año en el lugar en cuestión. Todo ello genera un sistema que consideran viciado y que, aunque beneficioso si está bien planteado, en el caso de España presenta muchas lagunas.

Acciones de protesta: Arran asoma la cabeza

Esta rebelión contra el turismo masivo ha servido para dar visibilidad a todas las organizaciones que llevan a cabo las acciones de rechazo. Arran, grupo asociado a la CUP, ha asomado la cabeza: pinchazos a las bicis turísticas en Barcelona, un ataque a un autobús descapotable en la zona del Camp Nou y los asaltos a yates y restaurantes en Palma. Ese es su bagaje, o lo que ellos llaman “acciones de visualización”.

Desde su consolidación tienen un modus operandi muy claro: capuchas, cuchillos, pintadas, destrozos en mobiliario urbano e incluso pequeños incendios. Y siempre actúan en pequeños grupos, por lo que son difíciles de controlar. Inspirados, como ellos mismos aseguran, en la kale borroka, consideran que sus acciones no son violentas porque, dicen, “lo que es violento es el sistema, que nos oprime”.

Es inevitable asociar la presencia de Arran –o de Endavant- al momento político que atraviesa Cataluña. Son organizaciones declaradas independentistas, pero esa es solo una pequeña parte dentro de sus reivindicaciones.

En el caso de Endavant, también vinculado al separatismo catalán, sus actos más notorios han tenido que ver con la pega de adhesivos con mensajes de oposición al ‘sobreturismo’ en los de los coches de alquiler. Lemas como “¿Has pensado este coche sobre alguna vez, al ver uno de loscien milde alquiler que tenemos rodando por Mallorca? ¡Hoy es el día!” sirvieron para “plantar cara a la masificación”, comentaron desde el grupo.

Lo mismo sucede en el País Vasco, donde Sortu encabeza los actos de protesta. Ernai, las juventudes del partido de extrema izquierda, convocaron estos días varias marchas en contra del turismo masivo y atacaron la sede de la Agencia Vasca de Turismo, en Bilbao. Sean donde sean, todas las maniobras van encaminadas a dejar patente que no admiten el flujo descontrolado e incontrolado de turistas.

Eso sí, no todas las protestas contra el turismo masivo se representan a partir de actos vandálicos. Otra vía es la asumida por los lugareños. Las manifestaciones vecinales se han convertido en la parte pacífica de esta lucha: unas concentraciones que se vienen produciendo desde hace un tiempo.

"No somos entidades en contra del turismo, sino en contra del modelo de turismo masivo que se está impulsando desde hace años", rezaron algunos de las proclamas que se hicieron en Barcelona en 2016, justo cuando el Gobierno de Colau discutía el modelo turístico. ¿Su foco? Uno muy claro: los pisos de alquiler –los de las plataformas como Airbnb-, por ser motivo de conflictos entre las comunidades y los arrendadores, generalmente extranjeros.

Las cunas de la turismofobia

Barcelona se ha convertido en el centro de los actos contra el turismo masivo en España. No es la única ciudad, pero sí donde más repercusión ha tenido las acciones. Arran, como decimos, ha encabezado durante estas semanas todas las movilizaciones. El malestar de la Ciudad Condal con la ‘invasión’ de turistas lleva varios meses en el disparadero, pero lo cierto es que este verano el problema ha alcanzado ya límites muy complicados de controlar.

El año pasado, Barcelona fue la tercera ciudad más visitada de Europa –solo superada por París y Londres- y la duodécima con turistas en todo el mundo. Pero las cifras no se quedan ahí: el diario Independent publicó que es el octavo destino que más odia a los visitantes.

Es una mezcla explosiva y hay quien echa la culpa de este exceso a la poca planificación que existe, por ejemplo, en materia de hoteles y alquileres. La proliferación de plataformas como Airbnb en Barcelona ha tenido como consecuencia más directa un aumento desproporcionado de viajeros y además, en 2016, la ciudad recibió unos ocho millones de turistas en sus hoteles. Datos que, desde luego, necesitan medidas concretas para ser gestionados.

Los vecinos sacan una conclusión muy clara: el turismo masivo desplaza a los residentes de las zonas céntricas y además no dejan dinero porque viajan en vuelos de bajo coste, comparten entre varios el alojamiento –algo que precisamente permite Airbnb- y comen en la calle en lugar de acudir a los restaurantes.

Algo similar sucede en Baleares. Los yates y los establecimientos de lujo fueron el blanco de las acciones reivindicativas precisamente de Arran hace algunos días, pero lo cierto es que el turismo masivo en las islas no es ni mucho menos el que arrastran clientes de un alto poder adquisitivo. Todo lo contrario: los viajes baratos desencadenan en que cada vez son más los turistas que eligen Palma para pasar las vacaciones. Y eso ha tenido más repercusiones negativas que positivas.

Varias playas han tenido que ser cerradas en cuanto llegan a una afluencia determinada, y los cortes de agua son constantes, sobre todo por la noche, para evitar un gasto indiscriminado. Además, Baleares tiene un problema extra: el llamado ‘turismo de borrachera’, que ya ha sido denunciado, por ejemplo, por las empresas de alquiler de vehículos además de por los más afectados, que vuelven a ser los vecinos.

La actividad tóxica que se desarrolla en Magaluf ha puesto a Baleares sobre aviso. Y en estos casos, la turismofobia parece justificada, dado que este tipo de vida estival no reporta ningún beneficio a la zona. De hecho, las voces más diplomáticas lo que piden no es que se acabe con el turismo, porque reconocen que es una importante fuente de riqueza, pero ven urgente una regulación donde proliferan los viajeros problemáticos.

Más tranquilo es el caso de Madrid, donde por el momento no se han registrado casos de protestas radicales contra el turismo. Eso sí, algunas asociaciones de vecinos ya han solicitado tanto a la Comunidad como al Ayuntamiento que vigilen los alquileres turísticos. Saturnino Vera, presidente de la asociación Cava-La Latina ha negado que la capital se encuentre en una situación de riesgo pero pide “vigilancia” para que no suceda “lo mismo que en Barcelona”.

También han quedado patentes las acciones de visualización en el País Vasco e incluso en Canarias. Este mes de agosto, la Playa del Inglés y Maspalomas han sido el blanco de varios ataques contra las hamacas de alquiler. Eso sí, nadie reivindicó la acción.

Donde sí se ha conocido la autoría de las actuaciones ha sido en Euskadi. El tren turístico de San Sebastián –llamado txu-txu- fue objeto de pintadas y lanzamiento de objetos como medida de rechazo al turismo en la ciudad y la izquierda abertzale encabezó los actos. Además, en Bilbao se han convocado durante estas numerosas marchas y se han asaltado diferentes sedes, tanto de partidos políticos como de asociaciones.

¿Qué respuesta dan las autoridades?

La turismofobia, por tanto, no solo se ha convertido en un elemento de respuesta ante la turistificación, sino que además está siendo utilizada por la clase política para abrir un conflicto ideológico. Eso sí, hay muy pocas medidas concretas.

En Barcelona se aprobó una polémica medida que paraliza la apertura de nuevos hoteles en las zonas más turísticas de la ciudad y algunas adyacentes, permitiendo que estos establecimientos se instalen en áreas más alejadas del centro y el Gobierno de Colau envió el año pasado a los vecinos una misiva para que denunciasen los alquileres fraudulentos.

En el consistorio barcelonés, el debate sobre el modelo turístico sigue muy vivo y han empezado por limitar la existencia de alquileres vacacionales. A pesar de ello, el fenómeno sigue sin poder controlarse y la alcaldesa ya ha dejado claro que no piensa tomar medidas contra los actos vandálicos porque los considera "hechos puntuales", aunque sí los criticó.

Mientras el grupo de Ahora en Comú considera que las acciones no son otra cosa que la defensa de los barrios por mantener su bienestar, la oposición ha criticado a Colau. "Fomenta el odio a los turistas con su actitud", concluyeron.

Baleares por su parte sí ha dado más pasos en firme. Ha promulgado una ley sobre alquiler turístico que acaba de entrar en vigor y que, entre otras medidas, un duro castigo para quienes alquilen de forma ilegal una vivienda a los turistas. La norma prevé multas de hasta 40.000 euros para los particulares y de un máximo de 400.000 a empresas que realicen estas prácticas.

Asimismo, ha decidido limitar las plazas turísticas: 623.000 como máximo. Mallorca se queda con el mayor número, un total de 435.707 –de las que más de 300.000 son hoteleras-. Para las viviendas turísticas serán 92.931; eso sí, otras 42.649 podrán adquirirse. Por su parte, Ibiza contará con 109.800 plazas de las que en torno al 80% serán para hoteles. Menorca tendrá 60.117 y Formentera 19.000. Además, el Gobierno balear ya ha avisado de que en los próximos años estos cupos podrán verse reducidos en función de las necesidades de las islas.

Inamovible es también la postura del Gobierno central. Mariano Rajoy ha lanzado estos días un mensaje muy claro: "Hay que mimar y cuidar a los turistas porque son fuente de riqueza, de empleo y de prosperidad". Así de claro fue el presidente del Gobierno, que culpó de la situación "a los radicales que proliferan en diferentes zonas de España" ante los que pidió apelar "al sentido común".

Esa misma línea siguió la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. "Tenemos que cuidar el turismo no ahuyentarlo", ha sostenido en varias ocasiones, y precisó que en la Comunidad el turismo representa el 7% del PIB y hay 330.000 personas vinculadas al turismo, que es positivo porque "genera puestos de trabajo".

No solo España

Pero el rechazo al modelo turístico que impera en el mundo se ha extendido también a otras grandes ciudades. Es el caso de Venecia, entre otras. "Es una ciudad que existe y quiere resistir, que necesita su normalidad cotidiana. Estamos aquí y queremos seguir viviendo aquí", proclamaron los vecinos que marcharon en septiembre de 2016 contra el turismo masivo. "Queremos recuperar nuestra ciudad" era el lema que lideraba la marcha.

En Venecia viven unas 56.000 personas. En 2015, la visitaron unos 74.000 turistas al día y al año recibe más de 30 millones de media. Estos datos han provocado una situación insostenible para sus habitantes, que ya llevan muchos meses de reivindicaciones.

Precisamente en Italia, el movimiento No Grandi Navi denuncian la contaminación que causan los barcos, el impacto visual que generan y los daños que el oleaje provocado por los más de 1.000 cruceros anuales que llegan a las grandes ciudades puede causar al frágil patrimonio histórico.

Según las asociaciones que han tomado el mando de las protestas, como actividad económica, el actual modelo turístico no puede disociarse del capitalismo global y por tanto lo que hacen es reclamar un cambio del sistema en su totalidad. En definitiva, quieren una regulación seria de la actividad turística porque, explican, un modelo sostenible solo se encontrará si se aplica desde las grandes ciudades hasta las pequeñas urbes.

Tampoco Roma se libra de este fenómeno. La alcaldesa de la capital italiana, Virginia Raggi, ya ha confirmado su intención de organizar recorridos para evitar que los turistas se detengan, coman y se bañen en monumentos como la Fontana de Trevi, que fue restaurada hace solo unos meses.

De hecho, tanto Roma como Florencia ya han puesto cuidado en que los monumentos no se vean afectados por la turistificación. El Gobierno de Florencia dispersará a manguerazos a los turistas que se sienten en las escalinatas de las plazas y de las iglesias. "Queremos evitar que la gente coma, beba y ensucie las calles como si estuviera en un restaurante", dijo el alcalde, Dario Nardella.

"El patrimonio no es un bien de usar y tirar", sentencian para condenar los ataques vandálicos que han quedado patentes recientemente en lugares como el Coliseo romano, donde una turista de Sri Lanka escribió su nombre en una columna de mármol.

París y Nueva York también han tomado medidas para evitar la masificación. ¿Cómo? Redirigiendo los alojamientos de los turistas a los barrios alejados del centro de la ciudad con el objetivo de diversificar la riqueza que generan los visitantes.

Mirado con perspectiva, el fenómeno de la turismofobia tiene muchos ejes. El verano se presta precisamente a acoger turistas y quizás sea la época del año la que marque la marcha de los grupos de protesta. El rechazo al turismo masivo ya ha dejado su huella en España –y también más allá de nuestras fronteras- y no es ni mucho menos nuevo, pero la duda está en si podrá mantener su 'potencia' cuando la afluencia de visitantes no sea tal. Cuando las aguas vuelvan a su cauce será el momento de estudiar la prevalencia de un movimiento que, si se mantiene en pie, podría llegar a cambiar el sistema al que se opone.

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