Crítica de 'Baby Driver': Acción a ritmo de videoclip, una versión elevada de 'Fast & Furious'

Ansel Elgort junto a Jaimie Foxx en 'Baby Driver'.
Ansel Elgort junto a Jaimie Foxx en 'Baby Driver'.
Sony Pictures
Ansel Elgort junto a Jaimie Foxx en 'Baby Driver'.

Antes de que el título de la película aparezca en pantalla, Baby Driver ya te ha dejado sin aliento varias veces. Más que un prólogo, los primeros minutos son una especie de teaser del propio largometraje, un adelanto de todo lo que vamos a ver luego multiplicado por mil.

A saber, acción, velocidad y música, mucha y muy buena música. La sensación, que se mantiene de principio a fin, es la de estar ante la combinación perfecta de cine palomitero y videoclip, una mezcla que, en manos torpes, podría haber dado pie a un filme burdo y descerebrado pero que, gracias al talento de Edgar Wright, se transforma en una bella y disfrutable aventura moderna, algo así como una versión elevada del universo Fast & Furious.

El explosivo comienzo ya nos deja claro que en algún momento todo se saldrá de madre, y así sucede varias veces, especialmente en la media hora final. Pero en ese punto ya da todo igual, porque el director nos ha pedido permiso para desfasar desde el minuto uno y me cuesta creer que alguien se niegue a concederle tal licencia.

El protagonista, conocido como Baby e interpretado por el prometedor Ansel Elgort, es un jovencísimo pero experto conductor, un maestro del volante especializado en fugas con un problema de oído. El muchacho, silencioso y reservado, sufre acúfenos y no deja de escuchar un molesto ruido, algo que combate con auriculares y música constante. Wright utiliza esa premisa para construir, con una precisión asombrosa, 115 minutos de entretenimiento sincronizados con una treintena de temazos de diversos géneros.

La banda sonora, una joya para melómanos, inclye canciones como Harlem Shuffle, de Bob & Earl, The Edge, de David McCallum, Baby Driver, de Simon & Garfunkel, o Brighton Rock, de Queen.

El foco siempre está en Baby, él es la estrella. De hecho, los atracos tienen lugar fuera de plano. La acción siempre se ve desde los ojos del conductor que espera primero y aprieta el acelerador después. Y en todo ese caos de crimen y ruedas quemadas aparece el amor y el deseo de volver al camino de la rectitud moral.

Sobre sus hombros, un ángel y un demonio tratan de conducir sus pasos en direcciones opuestas. El papel bondadoso lo asume Joseph, el padre adoptivo de Baby, mientras que el tentador y amenazante aunque también paternalista diablo lo encarna Doc, poderoso jefe del crimen encarnado por Kevin Spacey.

Y aquí radica gran parte de la gracia de la película, en ver a este chico con cara de niño lidiar de forma impasible con este mundo de delincuentes y tipos duros como Buddy (Jon Hamm), Griffs (Jon Bernthal) y sobre todo Bats, un agresivo matón de gatillo fácil al que da vida Jamie Foxx y que no tarda en transformarse en la némesis del protagonista.

Con todos estos elementos, dirigidos en estado de gracia, el británico Edgar Wright ha construido el que es quizá su trabajo más personal, una idea que tenía desde hace más de dos décadas, con un guion escrito por él y un resultado que lo vuelve a situar como uno de los cineastas más originales de Hollywood aun sin tener que abandonar los modos hollywoodienses.

Menos paródica que su "trilogía del Cornetto", Baby Driver es igual de divertida, con personajes carismáticos, notas de humor, espectaculares escenas de acción y conducción (rodadas sin pantalla verde) y un ritmo y estilo únicos. Siempre me quedará la duda de saber cómo habría sido Ant-Man dirigida por Edgar Wright.

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