En Getxo, la campaña de castración se está llevando a cabo en la colonia del puerto deportivo, en cuyas calles viven unos 25 mininos. La asociación Provida Animal es la encargada de la iniciativa tras recibir una subvención de 6.800 euros.
Hasta la fecha, los voluntarios del colectivo han esterilizado a seis machos y cinco hembras. El proceso es simple. Se ponen jaulas trampa y el gato incauto entra. Le llevan al veterinario y tras dormirle, le capan mediante un procedimiento sencillo. En un plazo de 24 a 48 horas, el gato vuelve a su hábitat, eso sí, sin posibilidad de reproducirse.
«La idea se la planteamos al Ayuntamiento tras la indignación que nos causó la ordenanza que prohíbe alimentar a los gatos», explica Kepa Lozano, tesorero de Asociación Provida.
Así, las molestias a los vecinos se eliminan sin recurrir a la crueldad. Según Lozano, es común que los servicios municipales vizcaínos cojan gatos callejeros y los sacrifiquen después.
Si la experiencia en Getxo triunfa, se extenderá al resto de barrios del municipio. «Lo hacemos voluntariamente, con nuestro tiempo y nuestros coches, pero aspiramos a que los ayuntamientos tomen conciencia y contraten a profesionales».
Es lo que ya se hace en Gernika. Una empresa ha esterilizado a nueve de los diez gatos que formaban una colonia callejera en esta localidad. Tras el éxito, el Consistorio ya planea esterilizar otras dos. Otros municipios como Lekeitio estudian hacer lo mismo.
La dura vida del minino
Ser gato callejero no es fácil. «Duermen en huecos o bajo coches, comen de la basura y contraen enfermedades que les matan. De una camada de seis, suelen sobrevivir uno o dos», explica Kepa Lozano, miembro de Provida Animal. Claro que como dijo Protágoras, «el hombre es la medida de todas las cosas». Los felinos ganan valor a medida que las personas les encontramos útiles. «Hay comunidades de vecinos que les dan de comer porque su presencia ahuyenta a las ratas», cuenta Lozano. Esta asociación está muy satisfecha con la esterilización. Hasta ahora, la única medida para controlar su población era mediante normativas para no darles de comer (cosa que según Provida Animal tienen todas localidades vizcaínas) o matarles. «Pero si se aniquila una colonia, en días llega otra».
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