Busca la identidad de las 5.000 personas retratadas en los años veinte por un fotógrafo rumano

  • El hijo de un colaborador de Costică Acsinte, uno de los pocos fotógrafos de Rumanía tras la I Guerra Mundial, digitaliza sin ayuda las miles de placas de cristal.
  • El archivo, que permaneció abandonado tras la muerte del fotógrafo en 1984, es un testimonio visual único de la sociedad del país.
  • Está colgando las fotos en Internet con licencia de uso libre y pide información sobre las imágenes a quién reconozca lugares o personas.
Dos chicas posando para Costică Acsinte
Dos chicas posando para Costică Acsinte
Costică Acsinte — Courtesy of Costică Acsinte Archive / Flick
Dos chicas posando para Costică Acsinte

Parejas con esperanza en la mirada, niños muy asustados por el aparato que manejaba el fotógrafo, grupos de soldados que quizá supieron de la ferocidad de la I Guerra Mundial, madres e hijas con rasgos faciales casi idénticos, un grupo numeroso y dolorido de familiares velando a un difunto que también aparece en la foto, acostado y lívido en la caja mortuoria... Cinco mil escenas, casi todas retratos, congeladas en viejísimas placas de cristal y dejadas a la intemperie durante años cuando al autor, el fotógrafo rumano Costică Acsinte (1897-1984), le tocó morir.

Hay una valentía que merece premio en la labor solitaria y sin ayuda con la que se ha comprometido Cezar Popescu: digitalizar los negativos y rastrear, con la ayuda de quien pueda proporcionarla, la vida de los retratados, seres fantasmales que parecen haber perdido la identidad, el nombre y el recorrido del camino que transitaron por el mundo. Abogado cansado de la leyes y los tribunales y ahora fotógrafo, Popescu es hijo de un antiguo colaborador de Acsinte y desea preservar un archivo único: el único de fotografía popular del que se tiene constancia en Rumanía en el primer tercio del siglo XX.

Piloto en la I Guerra Mundial

Los más o menos mil negativos que ha digitalizado hasta ahora son aproximadamente la quinta parte de los más de 5.000 que dejó Acsinte almacenados en su estudio de la ciudad de Slobozia, 80 kilómetros al este de Bucarest, cuando murió en 1984. El local, que había abierto tras combatir como piloto en la I Guerra Mundial, fue durante al menos un par de décadas uno de los escasísimos estudios profesionales del país y el único en la comarca, asegura Popescu. Los retratos que realizó son el testimonio único de la sociedad de Rumanía de esa época.

"Yo no soy el tipo que debe decir si las imágenes son importantes o no, pero para mí es una pena perder algo insustituible", declara el vigilante del legado fotográfico en una entrevista a The New York Times. Nunca ha recibido ayuda institucional o privada para reconstruir el archivo y espera que la difusión por Internet cambie la situación.

Sin restricciones

Como casi ninguna de las fotos tienen marcas, fechas o referencias, Popescu ha comenzado a subirlas a una página de Flickr, de la que pueden bajarse a un tamaño bastante grande. No tienen ningún tipo de restricciones de uso porque en Rumanía las leyes de propiedad intelectual de las fotos otorgan muy pocos años de copyright a los autores.

Aunque la principal preocupación del archivista es digitalizar las placas cuanto antes porque la degradación de las placas es notable —"la percibo día a día"— dado lo mal conservadas que permanecieron, Popescu invita a que le envien información quienes reconozcan lugares o personas. Además de mediante los comentario de Flickr, pueden hacerlo en las cuentas de Facebook y Twitter que ha abierto. En un  blog va dando cuenta también de cuántos negativos digitaliza cada día.

A la intemperie y al alcance del ganado

Nacido en Perieți, en la zona rumana de Ialomița, se sabe bastante poco de la historia de Acsinte. Su pequeño estudio comercial era un lugar muy frecuentado. "Cualquier persona que necesitaba una foto tenía que ir a su estudio", dice Popescu, que reconoció algunas de las fotos cuando el museo local editó postales con ellas.

Al acudir a la institución para interesarse por el archivo, encontró que los negativos estaban almacenados en cajas de madera, a la intemperie, sometidas a los elementos e incluso al ganado que pastaba en los alrededores. Finalmente convenció a los responsables del museo para que le vendiesen los 5.000 negativos de esos retratos de personas que, al menos por ahora, no tienen nombre.

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