Juan Cáceres camina desolado por una calle arrasada del barrio de la Avenida Europa de Lorca, localidad que este miércoles sufrió un terremoto que dejó 9 víctimas. No despega los ojos del suelo: "Esto está fatal. Mi casa es una ruina total. Tengo 66 años, toda mi vida trabajando, para esto. No sé qué voy a hacer. Es una catástrofe. Después del primer terremoto, pensé: Esto es una rajaica; se arregla. El segundo... fue un fenómeno".

Y sigue su camino, haciendo tiempo, de una esquina a otra, a ver si llega alguno de los 150 técnicos que el Ayuntamiento de Lorca repartió para revisar los daños en los edificios. Si pintan la puerta con un spray verde, se puede entrar. Amarillo significa que no hay daños en la estructura, pero habrá que sanear tabiques y solo se puede entrar a por ropa. Rojo: prohibido entrar: en ruina.

María Marcos (53 años) también vive en Avenida de Europa. No se explica por qué hay edificios, construidos hace tres años que se han venido abajo con los terremotos del miércoles. Tampoco entiende por qué los puntos de ayuda se han concentrado en el centro de la ciudad. "Para recibir una botella de agua tienes que caminar dos horas. Deberían hablar de distribuir la ayuda".

A María, el segundo terremoto la pilló en la peluquería, en la misma calle en la que una mujer, dueña de una bodega de vinos y madre de un chico sordomudo, que vende cupones, murió aplastada. A la casa de María le han puesto una marca amarilla en la puerta. "No es habitable. Estamos recogiendo ropa. Nos vamos a Guadix, con unos amigos. Mientras tengamos vida, seguiremos".

A Ginés Romera Guillén, 20 minutos lo pilló saliendo de su casa en ruinas en el barrio de San Cristóbal de Lorca. "Mira", explica mientras enseña el contenido de una bolsa de plástico: "No tengo na más que poco: 88 pa 89 años. Vine a recoger mis medicinas. Todo está hecho picadillo, pero en quedando nosotros, está bien".

TESTIMONIOS DE UNA TRAGEDIA

Es árabe, vive en Lorca, trabaja de operario de máquina y no quiere identificarse. Apenas habla español, pero se esfuerza por explicar que el segundo terremoto le puso nervioso: "Yo trabajo encima de máquina y siento, madre mía, qué pasa, todo fibra... así, así", dice mientras mueve las manos simulando un temblor.  Ecuatorianos que tampoco quieren identificarse, cuentan que pasaron la noche en el párking del centro comercial Almenara. Cuando sintieron el terremoto, pensaron: "Hasta aquí mi vida".

Sor Clara es de Orihuela y llegó al monasterio de clausura de Las Clarisas de Lorca en 1972. Lleva 38-39 años allí y cuenta que el primer terremoto de 4,4 grados, pilló a las 11 monjas "a punto de rezar. Salimos al patio y el segundo terremoto nos pilló en el huerto. Gracias a Dios, a las 11 no nos ha pasado. Se vino abajo la iglesia entera. Estamos esperando a que nos digan qué van a hacer porque es más fácil demoler y levantar". Coincide con ella, Josefina Bastida, presidenta de la Federación de Clarisas: «No ha quedado nada sano. Habrá que demolerlo todo".

Antonia Moya vive en una calle céntrica de la localidad. "Estamos muy mal por una parte, y por otra, bien porque no tenemos pérdidas familiares. La noche del terremoto he estado fuera toda la noche. Sin dormir, en una explanada. Estamos haciendo cola en la plaza de España, para ver si los técnicos se pasan ya por nuestra casa y nos dicen si podemos volver. No hemos visto ni un solo concejal por aquí. Echamos de menos más información. Debería haber una pantalla grande anunciando qué zonas han sido ya revisadas. Estoy aquí desde las 7.00 h Mi casa ha sido dañada por el terremoto. Por fuera no se ven daños graves. No entramos por miedo. Somos unas 10.000 personas. No tenemos a dónde ir".