"Cuando los niños de Chernóbil vienen se niegan a beber leche, creen que está contaminada"

  • Tras el desastre de la central nuclear de Chernóbil, del que se cumplen 25 años, se crearon muchas asociaciones en España para acoger en verano a niños afectados.
  • A pesar del papeleo y de las diferencias culturales, las familias de acogida valoran positivamente la experiencia y dicen aprender de sus pequeños huéspedes.
Un niño de Chernóbil retratado por Jorge López. El retrato forma parte de la exposición 'Hijos de Chernóbil' que el fotógrafo vizcaíno muestra en la galería Contraluz de Pamplona.
Un niño de Chernóbil retratado por Jorge López. El retrato forma parte de la exposición 'Hijos de Chernóbil' que el fotógrafo vizcaíno muestra en la galería Contraluz de Pamplona.
R.B.
Un niño de Chernóbil retratado por Jorge López. El retrato forma parte de la exposición 'Hijos de Chernóbil' que el fotógrafo vizcaíno muestra en la galería Contraluz de Pamplona.

Hace 25 años, el 26 de abril de 1986, el accidente en la central nuclear de Chernóbil (Ucrania) arrojó a la atmósfera al menos 100 veces más radiactividad que las bombas de Hiroshima y Nagasaki, provocando el mayor desastre nuclear y ecológico de la historia. Según la organización ecologista Greenpeace hasta 200.000 personas morirán por enfermedades relacionadas con los efectos de la radiactividad, aunque existen pocos estudios fiables al respecto y la cifra de muertos y enfermos varía considerablemente, dependiendo de la fuente que se maneje. Por ejemplo, un informe elaborado hace cuatro años por la Organización Mundial de la Salud (OMS) concluía que los efectos del accidente nuclear fueron menores de lo que se temió dado que la mayoría de los 5 millones de personas que vivían en la zona afectada recibieron dosis muy bajas de radiactividad. Aún así, más de 5.000 niños han contraído cáncer de tiroides debido a la contaminación nuclear, según la OMS.

Cifras aparte, es un hecho que un cuarto de siglo después de la catástrofe el cesio sigue contaminando el ambiente, los acuíferos y los alimentos que allí crecen;  y que el impacto psicológico y económico entre las más de 300.000 personas que fueron obligadas a abandonar sus casas permanece en forma de desajustes emocionales, miedos, ansiedad, una mala dieta y pobreza.

Poco después del accidente, en un intento de ayudar e introducir algo de normalidad en la vida de los niños afectados, surgieron en España multitud de fundaciones y oenegés que acogían en familias a los llamados 'niños de Chernóbil' durante los periodos de vacaciones, especialmente durante el verano. María Jesús Cid, de 57 años, pertenece a una de estas asociaciones, Ven con nosotros, y este verano acoge en Santovenia de Pisuerga (Valladolid) a su cuarto niño (los otros tres que veían a su casa dejaron de hacerlo cuando se hicieron mayores de edad, como marcan las normas que rigen estos acogimientos, aunque mantiene el contacto telefónico con ellos. Cada año la asociación recibe a niños pequeños que han nacido en la zona contaminada).

"Durante el papeleo para preparar su viaje, sufrimos mucho, lloramos, pasamos muchas horas sin dormir, completando todos los trámites; la gente no tiene ni idea de lo que cuesta esto, pero cuando vienen los niños, todo eso se olvida y ellos nos hacen sentir vivos".

Los niños que acogen vienen de orfanatos, donde son dejados por las familias con pocos recursos y con problemas de alcoholismo y drogas, circunstancias la mayoría de las veces relacionadas con el trauma que se vive la zona afectada. "Nosotros localizamos al niño, a sus familias, porque algunos tienen padres que mantienen la custodia y hay que pedirles permiso. Casi todos aceptan porque saben que aquí van a estar mejor".

Cuando llegan a España por primera vez, los niños desconfían, se muestran cerrados. "El niño ucraniano es de carácter frío, vienen con miedo, con reserva. Les cuesta dar un abrazo o un beso, pero tienen mucha necesidad de cariño y de que alguien se ocupe de ellos. Desconfían de la leche, el queso y los yogures, algo que allí no pueden comer porque está contaminado, y no están acostumbrados a comer verdura, que también escasea. Tienes que convencerles de que aquí la leche es sana y se puede tomar", explica María Jesús, que también destaca el "carácter orgulloso de los pequeños" que se niegan a ser etiquetados como "niños de Chernóbil".

Cambio espectacular

El cambio físico de los pequeños, a las pocas semanas, es notable. "Cuando se van han cogido hasta 5 kilos y no parecen los mismos. Vienen blanquitos, finitos, pequeños para su edad; pero cuando se marchan han engordado, están morenos, y se van con cara de felicidad, porque lo han pasado bien, pero también porque regresan a su casa, sea lo que sea que tengan allí".

Pilar Romero tiene 48 años, vive en Vitoria y pertenece a Chernobileko Umeak, una de las asociaciones vascas de acogimiento de niños de Chernóbil más activa. Este verano recibe a dos niños, de 17 y 8 años. El mayor empezó a venir a su casa hace seis años y el pequeño afronta su tercer 'verano vitoriano'. Su asociación, al contrario que otras, no trabaja con niños de orfanatos "porque consideramos que tienen las necesidades cubiertas", pero sí traen menores de la zona de exclusión alrededor de Chernóbil. También ella describe el gran cambio que experimentan los pequeños durante su estancia en España: "Se alimentan bien y refuerzan su sistema inmunitario con lo que al año siguiente enferman menos. También aprenden a convivir, porque muchos vienen acostumbrados a hacer los que les da la gana y cuesta hacerles cumplir normas y entender que aquí tienen que hacerse la cama, porque su sociedad es muy machista".

Además destaca lo que aportan a su familia los niños acogidos: "Mi hijo de 17 años lo explica muy bien, me dice que ahora ha aprendido a distinguir entre el capricho y la necesidad y quizá por eso ahora él, que está estudiando y entrena al fútbol a niños pequeños, manda el dinero que gana a Ucrania". Pilar recuerda cuando, una vez vencido el recelo y acortada la distancia que los niños tienen a imponer, uno de "sus niños" de Chernóbil le confesó que la primera noche que pasó en su casa, se levantó cuando todos dormían a rescatar de la basura un mendrugo de pan que ella había tirado después de la cena. "Me dijo que había llorado porque yo había tirado la comida y a lo mejor al día siguiente no íbamos a tener nada", cuenta con emoción.

La influencia de Fukushima

La crisis de la central japonesa de Fukushima, que ha traído a la memoria el nombre de Chernóbil, ha provocado cierto renacimiento del interés por estas oenegés. Más familias de lo habitual han llamado a Chernobileko Umeak y Ven con nosotros solicitando información sobre los trámites a seguir para acoger a niños. En ambos casos la respuesta ha sido la misma: ya es tarde para acoger niños este verano. Hay mucho papeleo y hay que organizarlo antes de Navidad. La familia que reciba niños tiene que saber que ella debe hacerse cargo de los gastos de manutención y del viaje, lo que dada la crisis, ha desanimado a muchas familias de seguir con los trámites.

En la web de Ven con nosotros responden, además, a una de las preguntas más frecuentes que se hacen quienes llaman pidiendo información: ¿Tienen problemas de salud los niños? "Los que vienen suelen tener algún retraso en el desarrollo físico, algunas dermatitis y otros problemas menores, aparte de la acumulación de radiactividad en sus organismos" y precisan que "la radiactividad que tienen acumulada no se transmite a las personas de su entorno, por lo que no hay que tomar precauciones especiales".

Eso sí, a pesar de las dificultades, casi todas las familias que pasan el verano con un niño de Chernóbil repiten. Y alguna, como la familia de Pilar Romero, acaba viajando a Chernóbil para conocer de cerca la realidad de los niños con los que conviven. "Mis hijos viajan este año a casa de sus 'hermanos' de Ucrania para participar en los actos de conmemoración del 25 aniversario de la catástrofe".

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