Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El problema de la televisión en fin de semana: no se parece a la alegría del fin de semana

La Voz es uno de los reclamos del fin de semana en Antena 3.
La Voz es uno de los reclamos del fin de semana en Antena 3.
Atresmedia 
La Voz es uno de los reclamos del fin de semana en Antena 3.

El gran espectador no recuerda como antes que la televisión existe en el sábado noche. En el último año, Telecinco ha intentado recuperar la rutina de programar portentosos formatos de entretenimiento en esta franja para distinguirse de sus rivales. Lo que ha provocado que Antena 3 haya movido su estelar e infalible La Voz a este horario.

Sin embargo, la audiencia no termina de movilizarse en el prime time del sábado como sucede con Tu cara me suena en los viernes, por ejemplo. Al final y paradójicamente, uno de los problemas de la televisión del fin de semana es que se parece demasiado a los programas de diario. Se trata de una consecuencia de un tiempo de televisión hecha rápida y abaratando costes a partir de dinámicas que ya funcionan. De hecho, hay programas de debate o del ámbito del magacín que son más sencillos de producir que otros géneros. Incluso más rentables económicamente de pagar que los derechos de la lata de emisión de una película.

Hay ejemplos claros. La Sexta Noche y, después, La Sexta Xplica mantienen una rutina de prime time que va conectada a la tematización de la cadena verde como reconocible emisora especializada en política y actualidad. Ni el sábado hay tregua a la intensidad política en La Sexta.

En Telecinco, en cambio, hemos visto programar Got Talent Dancing with de Stars con sus dinámicas tradicionales de actuación y veredicto del jurado. Así Mediaset intenta que la audiencia asocie en su recuerdo sábado noche a bonito show familiar, pues ningún canal generalista ha afianzado un género televisivo en esta franja durante los últimos años.  Desde Noche de Fiesta en TVE nada y, ahora, Telecinco lo intenta con Adivina qué hago. Ahí surge uno de los dilemas de la televisión de hoy: no se puede generar identificación, cuando todos los espacios de entretenimiento se parecen demasiado. Todos juegan al toque anglosajón del montaje trepidante, el cebo sobreactuado y el sentimiento editado. Y, claro, el público ya sabe lo que va a pasar hasta cuando no pasa nada. Por tanto, estos espacios no remiten a la ilusión de fin de semana. Hemos visto sus trucos en todos los días de la semana.

Hemos descuidado una de las cualidades de la televisión: el poder de romper con la rutina. Esta baza la juegan actualmente con destreza las plataformas de televisión bajo demanda, que saben la importancia de lanzar producciones estelares en viernes o cuando llegan las vacaciones. 

Sin embargo, ahora, a la televisión tradicional le cuesta romper con sus propias monotonías. Como hacían antaño. Cierto es que las cadenas ya no asumen un riesgo invirtiendo en programas de gran (y costoso) formato teatral, como aquellos espectaculares ¿Qué apostamos? en el viernes de La 1 o El gran juego de la oca en los sábados de Antena 3. Grandes concursos que son más complicados de actualizar que, sin ir más lejos, El Grand Prix del Verano, que regresó el pasado verano.

El éxito de la resurrección del concurso de Ramón García no ha sido sólo fruto del tirón de la nostalgia, que también. Aunque su verdadero triunfo social ha ido estrechamente unido a su personalidad propia, combinando en un mismo juego la alegría de los pueblos dándose a conocer con la travesura de unas pruebas muy coloristas.  El Grand Prix entretiene desde un luminoso plató que huye del manido suelo oscuro y, a la vez, motiva curiosidades. Nos descubre España y nos muestra a personas que son como nosotros. No es un casting prefabricado por perfiles prejuiciosos de cuotas de personas: el guapo, el alegre, el exótico... No lo necesita. La verdad no se encuentra en presionar clichés.

El trasfondo de El Grand Prix representa un tipo de entretenimiento no abunda en la televisión actual, asentada en la repetición de mismos cánones estéticos y de contenido. Todo vuelve o todos los programas intentan haber sido éxito fuera de nuestras fronteras. No hay apenas novedades. No hay apenas oportunidades a los cómicos y comunicadores de hoy. Nos estamos perdiendo la televisión de autor que nos hace únicos. Se empieza a confundir entretenimiento televisivo con un jurado juzgando un talento. Y ya está.

En este sentido, las grandes audiencias de Tu cara me suena bien analizadas delatan que el secreto del éxito de un prime time que suma audiencias transversales no va unido al conflicto tenso, la lágrima fácil y el sueño por cumplir. A contrario, la aceptación del público brota de la creatividad que cree en la inteligencia del espectador. Y ahí habría que indagar, creyendo más en la fantasía de los creadores más arriesgados y dejando de clonar fórmulas de épica y emoción forzada. Es la asignatura pendiente de la televisión de fin de semana ante un país que está harto que siempre le cuenten lo mismo y de la misma forma.  Y, como consecuencia, huye a otros lugares para salir del bucle. El público quiere romper con su propia monotonía. La televisión tradicional ya no se lo permite.

Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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