Trastornos digestivos funcionales: ¿cómo tratar una enfermedad que afecta a casi el 30% de niños y adolescentes?

  • Los trastornos digestivos funcionales (TGIF) no están producidos por una causa orgánica concreta y no son graves, pero afectan mucho a los menores que los sufren.
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Los trastornos gastrointestinales funcionales implican un reto para el pediatra y médico general
©GTRESONLINE
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¿A tu hijo le duele a menudo la barriga sin causa aparente o tiene diarrea sin que le haya sentado nada mal? A lo mejor tiene un trastorno digestivo funcional, una patología que afecta a casi uno de cada tres niños y adolescentes y que consiste en experimentar síntomas gastrointestinales -diarrea, gases, dolor, etc.-, sin causa orgánica aparente. No son trastornos graves, pero al no haber una causa concreta, son difíciles de tratar y puede provocar en las personas que los padecen un gran malestar, tanto físico como psicológico. Se trata de trastornos cada vez más frecuentes y ya constituyen más del 25% de las consultas en guardias y a pediatras.

La doctora Ana Ortiz, gerente del Área de Salud de Grupo Farmasierra, nos habla de estos trastornos y cómo abordarlos.

¿Qué son los trastornos digestivos funcionales y qué síntomas provocan?

Los trastornos gastrointestinales funcionales (TGIF) son una serie de problemas gastrointestinales crónicos o recurrentes que no pueden ser explicados por una causa orgánica. Como explica la Dra. Ortiz, “para definir este tipo de trastornos solo puede utilizarse una combinación de síntomas que no pueden relacionarse con alteraciones estructurales, bioquímicas o metabólicas que los justifiquen y puedan servir para diagnosticarlos”.

En cuanto a los síntomas que suelen provocar son muy variables, pero en general comprenden “malestar o dolor abdominal recurrente, náuseas, vómitos, cólicos, gases, regurgitaciones, estreñimiento, diarrea, o cualquier combinación de ellos. Y siempre con un estado general conservado, una exploración física general dentro de los límites normales y un desarrollo pondero-estatural (peso y talla) adecuado en el caso de los niños”. Estos síntomas pueden aparecer ya en las primeras semanas de vida, en lo que se conoce comúnmente como el cólico de lactante, que comprende dolor, pero también estreñimiento, vómitos y regurgitación, aunque, según señala Ortiz, “los más importantes por su frecuencia son los relacionados con el dolor abdominal y el estreñimiento”.

Muy comunes en la infancia y la adolescencia

Aunque este tipo de trastornos aparece en cualquier edad, son especialmente frecuentes en niños y adolescentes. De hecho, es una de las causas más comunes de dolor abdominal recurrente durante la infancia, “datos recientes en países del área mediterránea, incluyendo España, ofrecen una prevalencia de TFGI en población infantil entre 4-18 años de un 27% (estreñimiento 13%, migraña abdominal 8% aerofagia 6 % y síndrome de intestino irritable 5,6%)”, y en los menores de 16 esta cifra se eleva hasta el 32%.

Además, la sintomatología va variando en función de la edad. Así, mientras que en los bebés es común el cólico del lactante, “los preescolares presentan sobre todo diarrea crónica inespecífica, los escolares refieren fundamentalmente dolor abdominal recurrente y los adolescentes presentan síndrome de intestino irritable”.

Y es que, aunque no se trata de enfermedades graves, sí afectan mucho a la calidad de vida de los menores y de su entorno, “estos pacientes acuden con gran frecuencia a la enfermería del colegio, con lo que profesores y cuidadores se preocupan, los padres se angustian y el funcionamiento familiar y escolar se ve seriamente afectado. Generan angustia tanto a los padres como a los propios niños, provocando entre otros, pérdida de días de colegio en los niños”.

En muchos casos, estos síndromes no desaparecen y continúan en la edad adulta, “son los futuros pacientes portadores, no sólo de síntomas gastrointestinales, sino también de cefalea u otros cuadros funcionales”, afirma Ortiz. Al no curarse, sino que solo se controlan, en un futuro podremos verlos en forma, por ejemplo, de Síndrome del Intestino Irritable, “son trastornos crónicos, lo cual significa que duran mucho tiempo, a menudo años. Sin embargo, los síntomas pueden ir y venir, puede haber temporadas mejores y otras peores”. Del abordaje que se haga depende que haya más o menos temporadas buenas, pero cualquier caso, habrá un impacto en la vida de los pacientes, y “pueden causar sufrimiento físico, emocional y hasta discapacidad en algunos momentos”.

No se conocen las causas, pero sí los factores de riesgo

Las causas de estos trastornos siguen siendo desconocidos, pero si existen diversas hipótesis, y se sabe que hay diversos factores que contribuyen a su aparición, “desde 2016, en los Criterios Roma IV, se considera a estos trastornos como ‘trastornos de la interacción cerebro-intestino’, entrando en juego multitud de factores, como la predisposición genética, los factores ambientales, el estrés psicológico, infecciones gastrointestinales o eventos traumáticos en las primeras etapas de la vida, la personalidad del propio individuo, los sistemas reguladores, umbrales del dolor, etc.”. Es decir, que tienen mucho de emocional, “una función gastrointestinal alterada podría influir en la percepción consciente y en los comportamientos, y en sentido inverso, las emociones, pensamientos y percepciones influirían a nivel gastrointestinal en la secreción, sensación, motilidad, regulación inmune, inflamación mucosa y permeabilidad”, añade la Dra. Ortiz.

Hoy está confirmado que la ansiedad puede actuar como un factor desencadenante o que puede perpetuar los TGIF

Influyen especialmente, en su aparición y como agravantes, toda aquella circunstancia que provoque estrés en los menores, “como puede ser el “bullying”, la preocupación por las tareas escolares, problemas con amigos, exceso de responsabilidades... Cuando el menor lo padece, sufre un dolor abdominal intenso que ocurre sin motivos aparentes de forma continuada en el tiempo. La sensación de tener un ‘nudo en el estómago’ que se produce ante situaciones de estrés tiene una base científica. Hoy está confirmado que la ansiedad puede actuar como un factor desencadenante o que puede perpetuar los TGIF”, concluye.

En los últimos años, también se ha podido establecer una relación entre el estado de la microbiota y la aparición de estos trastornos, “el hecho de que la microbiota intestinal desempeñe un papel clave y central en el desarrollo de los trastornos gastrointestinales funcionales, entre ellos el dolor abdominal funcional, supone una importante diana terapéutica”.

Cómo se tratan los TFGI

Los trastornos gastrointestinales funcionales implican un reto para el pediatra y médico general, pues es difícil el enfoque diagnóstico y, consecuentemente, su tratamiento. De hecho, se tardan, de media, siete meses en ser diagnosticados en los niños. El tratamiento, además de ser multidisciplinar, debe estar enfocado en la familia, no solo en el niño. “Al contrario de lo que ocurre con la patología del adulto, cuando el niño acude a la consulta también lo hace toda su familia, y todos necesitan una respuesta. En la mayoría de los casos, el pediatra de cabecera no logra establecer o explicar el diagnóstico, lo que genera mucha angustia en la consulta, y, por otra parte, los padres están acostumbrados a que sus hijos presenten enfermedades orgánicas (gastritis, amigdalitis, infecciones de orina...) asociadas a una causa concreta (bacteria, virus), pero les cuesta mucho comprender que los niños presenten una patología funcional”.

Así, el abordaje que recomienda la Dra. Ana Ortiz es el siguiente:

•Valoración adecuada del problema para descartar otras patologías

•Informar y tranquilizar

•Tratamiento eje cerebro-intestino-microbiota

•Intervenciones nutricionales

•Alternativas farmacológicas para aliviar alguno de los síntomas

•Probióticos con cepas específicas y con eficacia contrastada en estudios clínicos

Todo esto deberá ir acompañado de una vigilancia de la salud mental y emocional del niño, por eso, además de cuidar su dieta, su microbiota y darle algún medicamento para aliviar los síntomas, habrá que controlar en qué medida el estrés del colegio, problemas con amigos etc. pueden estar afectándole.

En cuanto a los probióticos, que cada vez está más comprobado que son eficaces, Ortiz recuerda que “los efectos clínicos de los probióticos son cepa específicos, por tanto, el uso de estos debe ser por lo tanto racional y en base a la evidencia disponible sobre la eficacia de cada cepa en patologías concretas”. Es decir, que no vale cualquier probiótico, sino sólo aquellos clínicamente probados en estudios clínicos pediátricos.

El desafío seguirá siendo, por tanto, “comprender qué es lo que pasa con el eje cerebro-intestinal, por qué aparecen estas alteraciones desde tan temprana edad y cuál es el mejor tratamiento que se puede entregar a la población pediátrica, con el fin de obtener personas sanas y positivos para la sociedad”. 

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