RAFAEL SANTANDREU. PSICÓLOGO
OPINIÓN

La maldición de la abundancia

El psicólogo y escritor Rafael Santandreu.
El psicólogo y escritor Rafael Santandreu.
Ed. Grijalbo
El psicólogo y escritor Rafael Santandreu.

No sé si los griegos escribieron algún drama en torno a lo que voy a describir, pero no hubiera estado nada mal. Al ser humano del siglo XXI le ha caído todo el peso de una maldición similar a la de Edipo Rey y necesitamos urgentemente consejos para romperla. Y lo curioso es que nuestra maldición es algo, a priori, bueno: vivir en la abundancia.

Como vamos a ver aquí, la capacidad del hombre moderno de hacer y deshacer con su vida es, por un lado, genial; pero, por otro, una maldita maldición. Me explico:

Si te paras a pensar, nuestros abuelos escogían muy poco a lo largo de su existencia. Su oficio solía ser el de sus padres: el que nacía cabrero, seguía esa línea de negocio. La gente habitaba en el mismo exacto pueblo donde le habían dado a luz. Y uno se casaba con una de las cinco mozas casamenteras de la aldea.

Eran vidas apacibles y sencillas. Desde luego, uno elegía mucho menos que ahora pero, curiosamente, estaban perfectamente adaptados a ello. La depresión y la ansiedad eran rarezas, reservadas precisamente a gente con posibles.

En el siglo XXI, sin embargo, ¡todo es posible! para el hombre y mujer del Primer Mundo. (Lema indiscutible de las zapatillas Nike, por cierto). Y, sin embargo, tres de cada diez personas están emocionalmente hechas polvo; los psicofármacos son los segundos fármacos más vendidos; y el 80% de las personas afirma padecer estrés.

Houston, tenemos un problema, ¡y no está ahí lejos en el firmamento! El lío está en nuestra mente. ¿Qué demonios ocurre? Nada más y nada menos que un fenómeno mental al que llamo "la maldición de la abundancia".

Tener muchas opciones mola. Yo, por ejemplo, bien jovencito, escogí estudiar en mi admirada Inglaterra. Y, después, acudí a formarme a la Toscana, mi dulce Italia. He tenido novias de casi de todos los colores como Tomoe, mi amor tokiota. Y me dedico a mi vocación infantil, una idea que me entró tras leer a un tal Sigmund Freud, procedente de una lejana y fría galaxia, llamada Viena.

Pero, con tanta opción, la computadora que tenemos en la cabeza se gripa. Y todo ese cúmulo de deseos acaba convirtiéndose en la principal fuente de dolor.

La culpa, amigos, la tiene nuestra tendencia a transformar deseos –legítimos e inocentes– en feas necesidades, obligaciones y cargas. ¡Un día nos imaginamos como actores de Hollywood y, acto seguido, nos consideramos un fracaso por no haber llegado allí! De niña soñamos con ser madre y ahora estamos deprimidas por no poder tener hijos...

Por arte de birlibirloque, en vez de muchas oportunidades, lo que tenemos ahora es una carga asfixiante de autorreproches, esfuerzos rabiosos e insatisfacciones punzantes. La vida se transforma en un valle de lágrimas, un pozo de ansiedad sin fondo.

Pero, aunque parezca mentira, toda maldición se puede romper. Y la maldición de la abundancia se quiebra con educación filosófica, en valores, psicológica o como la quieras llamar, incluso espiritual.

Las personas podemos aprender a desear pero no necesitar. A tener objetivos pero no obsesiones. A trabajar pero no luchar. Si llego a Hollywood será genial, pero si no sucede: ¡pues que me quiten lo bailao!

Hoy en día vivimos cargados de necesidades inventadas. Ser una persona decente nunca había sido tan difícil. Para salir a la calle tienes que: tener estudios, buen empleo, ser elegante, extrovertido, estar al día, haber viajado, saber idiomas, tener muchos amigos, un piso en propiedad, pareja –una gran pareja–, grandes vacaciones, estar sano, estar delgado... ¡Y diez mil cosas más! Y si no cumples con alguno de esos requisitos mínimos: eres un gusano, un apestado, peor que Edipo.

Yo ya paso de todo eso. Con las armas prestadas por Tolstói, Gandhi, Epicteto y el resto de la banda de los pacifistas, ecologistas, artistas y felicistas, me declaro en huelga de necesidades y obligaciones. Usaré mis posibilidades, pero no las elevaré al altar de las deidades. La vida es demasiado corta y lo realmente bueno es siempre simple y fácil.

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