JUAN CARLOS BLANCO. PERIODISTA Y CONSULTOR
OPINIÓN

Contra la dermatitis electoral

Una mujer deposita su voto en una urna.
Una mujer deposita su voto en una urna.
EFE
Una mujer deposita su voto en una urna.

La política española se ha convertido en una sala para adictos a las cábalas y los augurios electorales en la que conviven machos alfa con ínfulas napoleónicas, asesores predispuestos siempre al último órdago y ciudadanos perplejos ante este juego ibérico de tronos, cuyo estado de ánimo colectivo oscila entre el hastío y el enfado.

Esto último es comprensible, pero también es peligroso. Dentro de siete semanas, echamos otra vez los dados en esta campaña electoral perpetua. Tiempo más que suficiente para que se atemperen los ánimos y para que algunos profetas irritados de la abstención mitiguen sus ganas de dictar una orden de alejamiento de las urnas para castigar a quienes no son capaces de formar gobiernos y a quienes se dedican a bloquearlos como si no hubiera un mañana.

Toca votar y decidir. Y si hay que ir otra vez a las urnas, se va, aunque tengamos razones justificadas para mandar a más de uno a algún rincón de pensar ubicado entre Dinamarca y Groenlandia.

No contribuyamos más al desgaste colectivo de nuestras instituciones haciendo como si sufriéramos una dermatitis electoral que nos impide acercarnos a los colegios en los que estamos censados.

Para exigir responsabilidades ajenas hay que cumplir con las propias una vez más. No queda otra. Podremos quejarnos sin parar del atolladero en el que nos están metiendo en puertas de una desaceleración agravada por el miedo al brexit y a las consecuencias de la sentencia del procés, pero darle una patada a las urnas no es un voto de castigo a quienes nos representan, sino a nosotros mismos.

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