SUPERANTIPÁTICO. VIÑETISTA
OPINIÓN

La muerte de Fidel

El gran logro de Fidel Castro fue situar a su pequeña isla en el ombligo del mundanal ruido mediático, y así uno podía percibir en Cuba que todos, hasta los más reacios al régimen y de gesto más disgustado con su figura, supuraban el orgullo de saberse en el podio de la orquesta aunque fuera desafinando.

El gallego Fidel Castro supo llegar al corazón de otros gallegos controvertidos de la política, como Francisco Franco, por quien Fidel decretó tres días de luto a su muerte, y como Manuel Fraga, quien lo llevó a tomar una queimada al pueblo de su padre, el terrateniente que casó con su asistenta. Había, por encima, una galleguidad mágica, que sólo podían conocer y saborear ellos, y cuando uno repasa aquellas fotos de Fraga con Fidel, tiene la impresión de que Fraga está más cerca del cubano de lo que nunca llegó a estar el Che Guevara, que jamás habría sabido tomarse una queimada tan diplomática.

De Fidel acaba de decir Mariano Rajoy, más gallego que nunca, que ha sido una figura de calado histórico. Con ello no es que mate dos pájaros de un tiro, el de las condolencias y el de salvar la polémica, sino que simplemente no dispara, que es su manera de estar en política, dejar hacer al mundo, a ver si la muerte, la Merkel o Susana Díaz le van limpiando el campo de rivales. Claro que Fidel jugaba en otra liga. Fidel fue rival de Estados Unidos, y por ahí sí que hay que reconocer su monumental y complicadísima labor para mantener una independencia que era considerada una afrenta en el enemigo del norte. Había algo de orgullo celtibérico en la resistencia contra todo y contra casi todos, y aunque la tiranía era cada vez más evidente al tambalearse los cimientos económicos tras el derrumbe del muro de Berlín, la heroicidad de su empresa es incuestionable y dejará huella, justa o injustamente, pues oponer una idea de igualdad como alternativa al capitalismo no es lo mismo que oponer una religión medievalizante a base de bombazos y de burkas. El discurso de Fidel, siempre demasiado largo y tedioso, resumido en un tuit sí funcionaba y era progresista.

Fidel ha sido como su barba, una presencia permanente y asilvestrada, y como sus discursos ha sido incontenible, implacable, cruel, casi infinito. Ahora que ha muerto la duda no es tanto qué hará su hermano con su legado, sino qué haremos nosotros cuando se quiera convertir a Cuba en Haití o en Puerto Rico y no en lo que los cubanos, por fin, quieran y decidan ser.

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