La fiebre de las criptomonedas alcanzó su punto álgido hace ahora justo un año, cuando el bitcoin, la cripto por antonomasia, alcanzó sus niveles máximos de popularidad y llegó a revalorizarse un 1.300%, situando su valor en el nivel de los 19.000 dólares, una locura si lo comparamos con los 3.200 dólares en los que se mueve hoy.

Pese a la caída desde esos niveles, más agudizada en las últimas semanas, seguimos apostando por ellas, aunque sí pensando en una inversión más a largo plazo. Creo que el inversor en criptomonedas tenderá a ser más cauto y no apostar de manera masiva como hizo a finales de 2017.

El bitcoin sigue teniendo mucho sentido para mí, incluso en los niveles actuales, pero este mercado no es especialmente conocido por tener sentido. Lo importante es saber cuándo entrar y cuándo salir, sobre todo si tenemos en cuenta la elevada volatilidad de la que han dado siempre muestras.

No olvidemos que las empresas valoran la certeza y la capacidad de proyectar ingresos futuros. Una fuerte volatilidad significa que las empresas no pueden contar con el valor del dinero que reciben, lo que a su vez hace que sea imposible proyectar el crecimiento y los gastos de manera adecuada, ya que incluso las empresas que aceptan tarjetas criptográficas tienen facturas para pagar en moneda fiduciaria.