HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Un mal gesto que costó 300 vidas

HELENA RESANO
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Una llamada. Una simple llamada hubiese cambiado todo, les hubiese salvado la vida. Pero nadie levantó el teléfono. Pereza, dejadez, desidia. Había un buque a menos de una hora de ellos, les podía haber rescatado a todos, 300 personas, entre ellas 60 niños, que, desesperados, habían dejado atrás una guerra infernal, se habían montado en una barcaza de juguete y se estaban jugando la vida, de nuevo, para alcanzar la costa de un mundo que creían mejor. Murieron todos.

La historia ocurrió en 2013, se conoció a medias, pero ahora se han hecho públicas las grabaciones de aquellas llamadas. Y pone los pelos de punta. Porque sí, ellos, desde la barcaza, en mitad del mar, llamaron varias veces pidiendo ayuda. Relataron cómo estaban: un médico sirio que iba a bordo describió a la perfección la situación. Había mucha gente, tenían metro y medio de agua ya en la barca y en pocos minutos todos se hundirían. Con su teléfono satélite dio las coordenadas del lugar exacto donde estaban. En esa llamada, de fondo, se escuchan perfectamente los gritos y llantos de algunos pasajeros, entre ellos se distingue el de algún niño. Pero desde la centralita de la guardia costera italiana, con una tranquilidad que te deja helada, le dijeron que a ellos les quedaba un poco lejos (estaban a 61 millas de Lampedusa, Italia) y que mejor llamaran al servicio de rescate de Malta, que estaba más cerca (a 118 millas). La llamada se repite una hora después, y con la misma flema que antes, le contesta que ya le dio el número de teléfono de los servicios costeros de Malta, que si no ha llamado. Supongo el desconcierto del médico sirio, su angustia, su miedo mezclado con el ruido del mar e intentando comprender si con quien ha hablado le ha entendido bien o si ha llamado al teléfono equivocado.

El caso es que nadie acudió a socorrerlos. Nadie. Pasaron 5 horas entre la primera llamada y el naufragio de la barca. En la última, los gritos de desesperación hacen inaudible la conversación. Yo lo he escuchado esta mañana mientras iba camino del trabajo. Me he puesto en la piel de ese hombre, en la de esa madre que intenta tranquilizar a su hijo asegurándole que pronto irán a rescatarlos, que no llore. Y me ha entrado una vergüenza terrible. He sentido que de nuevo hemos fallado.

Hemos fallado a ellos, a quienes esa noche se montaron en esa barca (los traficantes les dispararon desde la orilla para robarles lo poco que podían llevar encima, lo poco que habían rescatado del infierno de Siria) pensando que por fin dejaban atrás el odio y la sinrazón y empezaban una nueva vida. Hasta que toparon con la desgana de quien atendía ese día la centralita de Roma. Si hubiese descolgado el teléfono… si hubiese…

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