CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

Líneas rojas y líneas tontas

Vista de la Gran Vía el primer día de la entrada en vigor de Madrid Central.
Vista de la Gran Vía el primer día de la entrada en vigor de Madrid Central.
JORGE PARÍS
Vista de la Gran Vía el primer día de la entrada en vigor de Madrid Central.

¿Lo tienen ya claro? ¿Se han enterado de que para representar a las personas que les han dado el voto van a tener que pactar y que pactar significa ceder, escuchar al otro y renunciar a algunos planteamientos previos? Aunque algunos siguen poniendo líneas rojas como posesos y parecen tan solo preocupados por el tradicional "a ver qué nos llevamos" yo creo que sí, que lo tienen claro y que van aprendiendo –a la fuerza ahorcan– cómo funciona la democracia representativa.

En buena parte de los 8.131 municipios españoles los pactos forman parte del paisaje político desde abril de 1979. Aunque no sea fácil, es lo que hay: o se pacta con el diferente o aquí no hay quien gobierne y eso, que es obvio en muchos ayuntamientos desde hace cuarenta años, empieza a ser también obvio en casi todas las comunidades autónomas y en el Gobierno de la nación, donde nadie podrá llegar nunca demasiado lejos con tan solo 123 escaños.

Por mi parte, como elector escéptico residente en el centro de una gran ciudad, solo espero una cosa de estos pactos: que sirvan para disipar amenazas altisonantes del tipo "lo primero que haremos es suspender Madrid Central". Aparte de que no creo que eso sea posible de un día para otro, cualquiera que haya viajado un poco sabe que ese proceso es inexorable (en todo el mundo civilizado se limita el acceso al centro urbano de los vehículos contaminantes) y cualquiera que viva en una ciudad como Madrid sabe que además de inexorable es beneficioso. Aunque el paso que ha dado el gobierno local saliente pueda ser torpe en las formas, dar ahora pasos atrás no sería torpe: sería insensato. Las líneas, cuando van contra el progreso, más que rojas pueden ser muy tontas.

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