OPINIÓN

Una y muchas

Una bandera del 8-M
Una bandera del 8-M
JORGE PARÍS/ARCHIVO
Una bandera del 8-M

Hace unas semanas en un encuentro con adolescentes una amable profesora me comentó, mientras señalaba las paredes del instituto cubiertas de murales de escritoras: "Y aún no ha comenzado marzo: los chicos están cansados de feminismo". Yo contesté: "Pronto se cansan, ¿no?" Ella se echó a reír. Tienes razón, son muy selectivos con lo que les cansa y lo que no.

Estos días, mientras se acercaba el 8-M y se convocaban varias manifestaciones me venía a la mente esa conversación. Parte de la sociedad, en su mayor medida aquella que no siente el menor interés por ello, se muestra cansada del feminismo. Me temo que van a tener razones para cansarse mucho tiempo más. Los gestos son importantes, qué duda cabe: pero reducir la salud y la fuerza del feminismo a una manifestación anual es, cuando menos, superficial.

"No veo la tragedia en que haya varias corrientes feministas, y que muestren sus diferencias: es lo normal en un movimiento tan amplio"

No veo la tragedia en que haya varias corrientes feministas, y que muestren sus diferencias: es lo normal en un movimiento tan amplio, transversal y que lucha, a la vez, por causas muy diversas en distintos planos. Hay una idealización un tanto absurda en la petición de una unidad inquebrantable, una falsa pretensión de fuerza. Ninguna corriente que pretendiera cambiar el mundo se ha librado del debate interno, de las escisiones y de vivas discusiones entre una facción y otra. Ni una. Lo espantoso, lo triste, se da cuando se cuenta con tan pocos componentes que se puede imponer una única mirada y una agenda sin fisuras

La existencia de diversos feminismos permite que el foco se ponga en distintos temas y que más mujeres se sientan incluidas. Nunca he tolerado el dogmatismo, proceda de donde proceda. Distintas posiciones obligan al diálogo. Y nada malo puede proceder de que las mujeres pensemos, hablemos, discutamos.

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