Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Ucrania puede ser solo el principio

Un bombero comprueba el estado en que ha quedado un edificio residencial, en Kiev (Ucrania) tras ser atacado por tropas rusas.
Un bombero comprueba el estado en que ha quedado un edificio residencial, en Kiev (Ucrania) tras ser atacado por tropas rusas.
SERGEY DOLZHENKO / EFE
Un bombero comprueba el estado en que ha quedado un edificio residencial, en Kiev (Ucrania) tras ser atacado por tropas rusas.

El entramado internacional que se había logrado tras la Guerra Fría para garantizar la paz en el mundo se ha derrumbado de pronto. La agresión militar rusa contra Ucrania, un país con escasas posibilidades de defenderse echa por tierra los principios de respeto a la soberanía de las naciones y de compromiso con los dictámenes de las Naciones Unidas.

Se repite estos días algo inimaginable: reapareciese una reencarnación de Hitler dispuesto a lograr sus ansias de poder y conquista a través de la sorpresa. La invasión de Ucrania, que ya está en marcha y parece imparable, es muy grave, pero aún puede agravarse si, como se teme, Putin quiere aprovechar para atacar a otros vecinos en la carrera que ha emprendido por resucitar a la Unión Soviética.

La guerra es contra Ucrania, allí es donde están cayendo las víctimas, pero sus efectos mortíferos y desestabilizadores se extenderán por la práctica totalidad del planeta. Una contienda de estas características, con las principales potencias militares y económicas implicadas, es difícil prever cómo terminará, pero sí que acabará en un desastre global.

Los Estados Unidos y la OTAN llevan semanas tratando de evitarlo a través de negociaciones in extremis y sanciones que causarán sin duda mucho daño a la economía rusa y de sus aliados, pero la pregunta a estas alturas es si eso será suficiente. La impresión de momento es que no y el dilema ahora es si dar el segundo paso hacia la tercera guerra mundial.

Mientras, las tropas de Moscú avanzan por Ucrania con gran rapidez. Es evidente que lo tenían preparado y decidido con tiempo. Ya han dado pasos irreversibles y será muy difícil detenerlos a través de una gestión diplomática o un castigo económico. El nacionalismo ruso, que Putin ha estimulado, tiene capacidad de resistencia en un pueblo habituado a al sacrificio.

Lo demostraron a lo largo de los setenta años de represión, muertes por millones y destierros a Siberia. La libertad que asomó tras la caída del régimen comunista nunca se consolidó. En cambio, si se han mantenido activas las amenazas de asesinato y envenenamiento como fórmula para librarse de los opositores o analistas que osan discrepar de los dogmas del Kremlin.

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