OPINIÓN

El cuento que acaba bien

Un grupo de niños turkanos cantan y bailan en un colegio en Kalokutanyang, Turkana, noroeste de Kenia. Aproximadamente la mitad de las familias que viven en la región de Turkana no logran alimentarse más de una vez al día por la grave sequía que azota al Cuerno de África.
Un grupo de niños turkanos cantan y bailan en un colegio en Kalokutanyang, Turkana, noroeste de Kenia.
Dai Kurokawa / EFE
Un grupo de niños turkanos cantan y bailan en un colegio en Kalokutanyang, Turkana, noroeste de Kenia. Aproximadamente la mitad de las familias que viven en la región de Turkana no logran alimentarse más de una vez al día por la grave sequía que azota al Cuerno de África.

La cuenta atrás ha comenzado. Los países ricos y eso que llamamos la comunidad internacional tienen hasta el verano para salvar a las hijas de Martha.

Y es que Martha cree que sus hijas no van a llegar a adultas. ¿Se imaginan cómo hay que estar para llegar a decir eso? Millones como ella desesperan de hambre en Etiopía, Somalia, Sudán del Sur y Kenia, donde se vive la peor sequía de los últimos 40 años ante la indiferencia del resto del mundo. Indiferencia quiere decir que de aquí al verano tendría que estar llegando a esa región, conocida como el Cuerno de África, una cantidad enorme de ayuda que no está llegando. Solo una combinación de lluvias a tiempo y de esa ayuda internacional de aquí a junio evitarán que 28 millones de personas padezcan hambre extrema, crítica.

De aquí al verano tendría que estar llegando al Cuerno de África una cantidad enorme de ayuda que no está llegando

Martha explica muy bien la situación. Dice que en sus 40 años de vida nunca había visto nada igual en su país, Sudán del Sur, y que no puede más, que está agotada de la sucesión de inundaciones, sequías, hambruna, violencia y Covid-19 que le ha tocado vivir en los últimos cuatro años.

Para colmo, la mayoría de los países del este africano importan sus cereales de Rusia o Ucrania en proporciones altísimas. Los precios de los alimentos, los fertilizantes y los combustibles ya están disparándose.

¿Y si Ucrania nos ha abierto los ojos? ¿Y si se convierte en la medida de la solidaridad de pueblos y gobiernos a partir de ahora? No es tan difícil y, de hecho, ya ha ocurrido antes: en 2017 se logró evitar con una movilización de recursos rápida y masiva una tragedia similar a la que hoy enfrenta, de nuevo, el Cuerno de África. Esto no es un cuento, pero puede acabar bien.

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