El acceso de Alberto Núñez Feijóo al liderazgo de esa faceta siempre importante del poder que es la oposición es una noticia política, entre tantas como los partidos prodigan cada día para mantenerse vivos, que ofrece dos motivos de satisfacción política. Uno es sin duda que se incorpore a la cúpula de los dirigentes del Estado una persona con veteranía y sobrada experiencia en la gestión y administración pública.
La segunda es que se produzca en un momento de cambios de necesidad extrema. El deterioro de las instituciones sometidas mes tras mes a duras e imprevisibles complicaciones, requiere alguna aportación susceptible de contribuir a propiciar cambios necesarios y arbitrarlos. La confusión que se refleja tras tantos problemas, pandemia, crisis, guerra, inflación, secesionismo… no solo necesita nuevas medidas y talante más empático que el de la coalición que Gobierna, sino también de la oposición.
Hablar de oposición constructiva suena a tópico, pero la oposición, si efectivamente desea el bien de la sociedad por encima de sus intereses con vistas a las urnas, debe ser colaboradora.
De otra forma, y es un ejemplo, no tendríamos que pasar el trance de ver participando, y a veces decidiendo, sobre cuestiones importantes a partidos y personas cuyo objetivo es desgajar el país, incluso aplaudiendo que sea recurriendo a la violencia. De una alternancia como la que ofrece Feijóo cabe esperar otras aportaciones a la convivencia, además del seguimiento estricto y la crítica gritona en el Congreso.
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