Héroes sin parafernalia de banderas y exaltaciones patrióticas: varias decenas de profesionales anónimos españoles de la seguridad y la defensa – geos, policías, militares, miembros del CNI –se juegan estos días la vida en Kabul en un intento desesperado, no tanto por salvar sus vidas, como las de otros compatriotas o extranjeros que colaboraron con las tropas y los intereses españoles durante la guerra que estos días termina en medio del caos, la confusión, el miedo y la sangre en Afganistán.
Unen su arrojo y sentido de la obligación profesional que les dejan los treinta mil oficiales y soldados, y entre ellos más de cien muertos, que lucharon a lo largo de veinte años por una causa que apenas respondía a intereses propios ni particularmente nacionales. La amenaza integrista de los talibanes y su soporte al terrorismo yihadista que nos atemoriza a todos, justificó su entrega a la defensa de los intereses occidentales en abstracto. Los norteamericanos, especialistas en perder guerras, fracasaron en su intento.
Y arrastraron a muchos al desastre de la derrota sin paliativos y a las represalias de los vencedores, fanáticos crecidos en sus objetivos, que condenan al desgraciado pueblo afgano a unos años de represión y retroceso mientras otros países, como China y Rusia, permanecen ojo avizor para colocarse en la primera fila de los interesados en adueñarse de los despojos. Para nuestros compatriotas, cuya entrega fue y continúa siendo ejemplar, quizás quede alguna condecoración honorable unida a la sensación de haber cumplido con el deber ante una causa justa, pero más bien ajena.
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