Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Zelig vive y es español

Mia Farrow y Woody Allen, en 'Zelig'.
Mia Farrow y Woody Allen, en 'Zelig'.
ARCHIVO
Mia Farrow y Woody Allen, en 'Zelig'.

Hubo un tiempo en que la política consistía en compartir tesis, antítesis, síntesis y hasta hipótesis. Esa etapa se ha visto superada por la fotosíntesis, que no es sino la ciencia de hacerse una fotografía y colgarla compulsivamente en una red social a propósito de cualquier acontecimiento, al por mayor arropando a un líder político. En el catecismo de la nueva política en red social, es menester coleccionar fotografías, quizá porque ya no coleccionamos cromos de aquellos años donde había patios de recreo de verdad. Hubo años de la parasíntesis franquista con domingos de NODO. Ahora hay años de fotosíntesis narcisista con domingos de NADA. Del NODO a la NADA.

He creído llegar a entender, por mero conductismo antropológico, que hay quienes piensan que se accede al poder a través de la fotografía. Para sobrevivir hay que adaptarse inmediatamente a los usos y costumbres de los nuevos líderes. Las batallas ya no se libran en los campos ni en las trincheras sino en el objetivo mismo de una cámara de móvil de última generación. El espacio más próximo al líder es el gran objetivo. Lástima de las oportunidades que perdieron Cartier-Bresson, Capa o Ansel Adams. Entre los fotosintéticos, destacan los que padecen el síndrome de Zelig, personaje mítico que encarnó Woody Allen en una película dirigida por sí mismo, como no podía ser de otro modo.

Para sobrevivir hay que adaptarse inmediatamente a los usos y costumbres de los nuevos líderes

Leonard Zelig tiene la virtud no teologal de aparecer en diferentes momentos históricos junto a personajes famosos en circunstancias excepcionales, de manera y obra que puede lucir figura en una imagen junto a Hitler y años después, visitar la mansión de William Randolph Hearst. Pero no satisfecho con este privilegio de ubicuidad, despliega un segundo fenómeno no menos importante, y es que va mutando su apariencia no solo física sino su propia forma de pensamiento hasta adaptarla de forma inmediata a quien le acompaña. A diferencia de la patología clínica que representa este síndrome que está basado esencialmente en complejos de inferioridad, en política la transformación trae causa de una razón raquítica de supervivencia.

Aquí y ahora en España. Y para ello es indiferente arrojar al cubo de la basura las consignas políticas que se proclamaban hace dos telediarios. Zelig se manifestaba hace dos décadas contra el terrorismo de ETA en cualquier calle del casco viejo de Bilbao. Hoy se toma unos chatos con parlamentarios de EH Bildu cerca de Begoña. Quizá Zelig no tenga ocho apellidos vascos, pero tiene ocho vidas. Una más que los gatos.

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