Que la sociedad está cada vez más polarizada es una realidad manifiesta que debería hacer reflexionar al menos a aquella parte de la población que en esencia persigue pasar por este mundo de la mejor forma posible, dejando a sus hijos –como diría Céfalo a Sócrates en La República de Platón– una herencia al menos igual que la que recibe. 

Que fomentar la división de la sociedad es peligroso es una verdad de perogrullo. Pero, ¿quién es el responsable de esta polarización? Un documental de Jeff Orlowski, El dilema de las redes, culpa de esta situación a los gigantes tecnológicos y a las redes sociales que, valiéndose de complicados algoritmos, emiten mensajes con los que tratan de captar nuestra atención, condicionando nuestros comportamientos y hábitos de consumo. 

Los usuarios, tomados a modo de mercancía, –«si no pagas por el producto, el producto eres tú»– consumen estas informaciones, que en ocasiones son falsas, dirigidas y financiadas, llegando incluso a atentar contra las bases de nuestra democracia. Bienvenidos al mundo de las fake news.

Que hay que desenmascarar estas mentiras, en las que supuestamente se apoyaron por ejemplo los partidarios del brexit, es obvio. La cuestión es cómo: ¿controlando a los medios de comunicación? Absolutamente, no. La mejor ley de prensa es la que no existe. ¿A través de un ministerio de la verdad? Desde luego que tampoco. ¿Y cómo se debería de controlar? ¿A través de un órgano alejado de cualquier injerencia gubernamental, política y/o empresarial? Probablemente, pero ahí está el verdadero dilema. Poner en peligro la libertad de prensa sería un disparate aún mayor... si Orwell levantara la cabeza...