En época de galácticos, apelaba a Móstoles: en el momento de mayor gloria deportiva, besó a Sara. El secreto de su éxito es que detrás de cada milagro en forma de parada, detrás de cada mano a mano asomaba un tipo normal, que habiendo sido todo, no miraba por encima del hombro a nadie.
Eso fue lo que enamoró a España de él. Defendió como nadie las dos porterías más exigentes del planeta, con la misma responsabilidad y celo que cualquier portero de un edificio de viviendas.
Iker, como cualquier tipo corriente, se aferró a sus amigos, a los de siempre en las buenas y en las otras, que también las ha habido.
Con Iker no se retira un futbolista más, se va un punto de encuentro, el lugar común que, en tantos frentes, necesita nuestro país. Aquella portada de Marca, titulada 'Parador Nacional' quería expresar esto.
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