Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Los desvaríos de Trump

El presidente de EE UU, Donald Trump, posa con una Biblia junto a la iglesia episcopal de Saint John, en Washington.
Donald Trump posa con una Biblia junto a la iglesia episcopal de Saint John, en Washington.
SHAWN THEW / EFE
El presidente de EE UU, Donald Trump, posa con una Biblia junto a la iglesia episcopal de Saint John, en Washington.

Alguien dijo que el búnker de la Casa Blanca tenía telarañas. Era la forma de expresar el bochornoso traslado de Donald Trump al fortín de la residencia presidencial. Allí le refugiaron los servicios secretos al advertir que los manifestantes que protestaban por la violencia policial alcanzaban el frontis de la residencia presidencial y removían sus barreras.

Hay que remontarse a las movilizaciones antirracistas lideradas por Martin Luther King para recordar un estallido de indignación como el desatado a raíz del suceso que costó la vida al ciudadano de color George Floyd por la rodilla inmisericorde de un policía de Mineápolis. 

El movimiento de protesta responde no solo a que llueva sobre mojado por la repetición sistemática de los episodios de brutalidad policial con tintes racistas, sino también a la sensación de impunidad que estos delitos comportan. Lo que enfurece a los manifestantes es la sospecha de que esta vez tampoco se hará justicia.

Y en tan explosiva circunstancia, la actitud de Trump –lejos de calmar los ánimos diferenciando a los que protestan de forma pacífica de quienes provocan acciones violentas o protagonizan escenas de saqueo y pillaje–, mete a todos en el mismo saco acusándoles de terrorismo y les amenaza con sacar al Ejército, lo que ha indignado a su propio Secretario de Defensa. 

"Lo que enfurece a los manifestantes es la sospecha de que esta vez tampoco se hará justicia"

Semejante proceder enciende aún más los ánimos provocando el rechazo de gobernadores y alcaldes demócratas e incluso de algunos políticos republicanos que observan aterrados cómo desde la Casa Blanca se vierte gasolina al incendio.

El zafio manejo de esta crisis debería ocasionar por sí solo un desgaste en la imagen del presidente norteamericano, pero el hecho de que se solape con su temeraria gestión de la pandemia podría abocarle a un pérdida de popularidad difícil de remontar. 

En los primeros compases de la Covid-19, Donald Trump llevó su negacionismo a niveles grotescos rechazando los confinamientos y el uso de mascarillas, incluso cuando visitaba una fábrica que las producía. 

Sus fanfarronadas sobre el virus, mientras Estados Unidos se convertía en el país del mundo con más fallecidos, llevan camino de remover hasta sus recalcitrantes apoyos de la América profunda. Una situación que preocupa a su núcleo duro, que empieza a ver las orejas al lobo de unas elecciones presidenciales que hace solo tres meses estaban ganadas.

Su tono desafiante y bravucón parece voltear en su contra la natural tendencia de los norteamericanos a ponerse tras el capitán de la nave en los tiempos de zozobra. Que la policía militar disolviera una manifestación a las puertas de la Casa Blanca para que Trump pudiera ir caminando a la cercana Iglesia de Saint John a esgrimir la Biblia como si fuera un caudillo supremacista paladín de la ley y el orden, da idea de la falta de escrúpulos del personaje y revela un déficit de autocontrol.

Los sondeos de opinión atribuyen un respaldo del 53 por ciento al demócrata Joseph Biden frente al 43 por ciento de Donald Trump. Una ventaja de diez puntos a 5 meses de las elecciones presidenciales y cuando la candidatura de Biden ni es oficial ni ha protagonizado un solo acto de campaña. Los desvaríos de Trump ya se la hacen por él.

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