
En estos días de confinamiento una se da cuenta de la vulnerabilidad del ser humano. Hemos vivido anclados en la modernidad líquida, que diría Bauman, en una sociedad basada en el individualismo, carente de valores estables y pensando que todo tenía fecha de caducidad.
Excepto el Estado del bienestar, que dábamos por sentado. De repente, sin darnos cuenta, nos vemos privados de libertad, sin un horizonte claro y, todo ello, para protegernos del enemigo común: el coronavirus. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Habrá tiempo para la reflexión pero ahora no.
Desde que se detectaron los primeros contagios me había resistido a opinar sobre el coronavirus, en el bien entendido sentido de que se trataba de un tema sanitario, al que poco podía aportar, ajena a la realidad que se avecinaba: una crisis sin precedentes.
En diez días se han resquebrajado nuestros pilares. Los españoles hemos pasado de ser los reyes del mambo a ver cómo no nos dejaban entrar ni en Marruecos; de ser el segundo país del mundo con más turistas extranjeros, a que estos no quieran ni acercarse. La España vacía pide seguir estándolo, Teruel dice que ya no existe y la herencia del rey nos importa más bien poco.
Nuestra única cita social del día es salir a la ventana a aplaudir a los sanitarios y a todos aquellos que tienen que trabajar para protegernos a los demás. No sé cuánto durará esta situación, pero saldremos de esta sin duda y mucho antes si peleamos juntos.
Apelo a la unidad, a la prevención y a quedarnos en casa –los que podamos– para contener el virus y proteger al eslabón más débil en esta pandemia. Seamos héroes. Saldremos de esta y espero que reforzados. ¡Ojalá aprendamos la lección!
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